sábado, 12 de noviembre de 2011

la ruina de Roma...

ciceron-discursAunque esto sucedio hace muchos siglos, hay situaciones que siempre se repiten.

Existe la creencia comúnmente aceptada que carga las culpas de la caída del Imperio Romano sobre las tribus germánicas, que, bárbaras, harapientas e iletradas como eran, tomaron al asalto una sociedad refinada, culta y próspera.

Pero una de las verdaderas causas del fin de Roma como Imperio y, lo que es más importante, como civilización no fueron los bárbaros, si no los propios emperadores romanos. en el invierno de 211, Septimio Severo se encontraba en  la  provincia de  britania peleandose con los  pictos y  murio, pero antes de su  muerte reunio a sus  2 hijos  Caracalla  y  Geta, junto a su  lecho de muerte y les dio  un ultimo consejo “Vivid en armonía, enriqueced al ejército, ignorad lo demás”
Haciendo caso a su padre, subió un 50% la paga de los soldados y se metió en nuevas guerras. Para financiar la cosa dobló los impuestos sobre las herencias. Pero no fue suficiente, por lo que decidió devaluar la moneda: así, de paso, se podía permitir caprichos como las faraónicas termas que llevan su nombre, y cuya sala principal es más grande que el San Pedro del Vaticano.En el siglo III no existían el papel moneda ni la máquina de imprimir billetes, así que las devaluaciones atacaban directamente al metal. Lo que se hacía era malear el metal noble mezclándolo con otros menos valiosos.

La moneda romana era el denario –de aquí viene nuestra palabra dinero–, y en origen era de plata pura. En tiempos de Augusto, el primer emperador, cada denario estaba compuesto en un 95% por plata y en un 5% por otros metales.Un siglo más tarde, con Trajano, el porcentaje de plata era del 85%. Ochenta años más tarde, Marco Aurelio volvió a depreciar el denario, que ya sólo tenía un 75% de plata. El denario, pues, se había devaluado un 20% en dos siglos. Algo más o menos tolerable. Caracalla, muy necesitado de efectivo para sus gastos, devaluó el denario hasta dejarlo con sólo un 50% de plata; es decir, lo devaluó un 25% en un solo año.

El áureo –de oro, lógicamente– también perdió valor por imperativo legal. Durante el reinado de Augusto, de cada libra de oro salían unas cuarenta monedas. Caracalla estiró la libra hasta sacar unas cincuenta monedas, que, naturalmente, mantenían el valor nominal; pero no el real.A este periodo los historiadores lo llaman “la crisis del siglo III”. En rigor, deberían hablar del fin de la civilización romana, porque a partir de ahí el mundo romano sería mucho más parecido al medieval que al clásico.

Y es que la moneda mala, como dice la copla, de mano en mano va y ninguno se la queda. La inflación superó el 1.000%, y eso con los fragmentados datos de los que disponemos: probablemente, en ciertos momentos y lugares fue mucho mayor.Al caos político y económico del siglo III le sucedió el ajuste de Diocleciano, que, ya sin poder recurrir a la devaluación, machacó a impuestos a los habitantes del Imperio y ensayó una reforma monetaria.Los romanos se habían empobrecido fenomenalmente en sólo unas décadas por culpa de su Gobierno; y con ellos el comercio, la industria y la agricultura del Imperio. Para financiar el funcionamiento del Estado se inventó nuevos impuestos, que habían de abonarse sólo en oro, única forma de pago, por lo demás, que aceptaban los mercenarios extranjeros que servían en el ejército. Bárbaros les llamaban, aunque, a decir verdad, bárbaros serían pero no tontos, cuando sólo estaban dispuestos a jugarse la vida por dinero de verdad.El oro se convirtió en un refugio para quien podía conseguirlo, es decir, los militares y los altos funcionarios imperiales,La era feudal acababa de comenzar.El Imperio Romano de los siglos IV y V vivió, literalmente, de saquear a sus súbditos. Los gastos imperiales crecieron porque sólo se podía sobrevivir a la sombra del Estado.Cuando el flujo de oro se secó, porque ya no quedaba un solo contribuyente a quien dar la vuelta y sacudir, Roma colapsó y se esfumó de la Historia, dejando tal caos que Occidente no volvería a ser Occidente hasta mil años después.

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