lunes, 12 de mayo de 2014

La Damnatio Memoriae

Al terminar la guerra civil Julio César mandó erigir las estatuas de Pompeyo que la chusma, en su irrefrenable y universal afán por acudir siempre en socorro del vencedor, habían derribado, ante ese gesto de nobleza, Cicerón dijo de él que al restablecer las estatuas de Pompeyo, César daba más solidez a las suyas propias.
Los grandes hombres son pocos y mortales, la chusma no, la chusma es abundante y eterna. Así, la chusma que gobierna el Ayuntamiento de Santander, poniéndose a rebufo de la chusma sociata que gobierna España y de su ley de Memoria Histórica, ha retirado la última estatua urbana que quedaba de Francisco Franco. Todos ellos son iguales, chusma social-pepera que estuvo siempre, y en cualquier circunstancia, en el bando correcto, o sea en el del vencedor fuera el que fuese.
Llevando su fanatismo y su sonriente odio hasta la última aldea de España, donde siempre hay un villano dispuesto a congraciarse con ZP a través del estricto cumplimento de la Ley de Memoria Histórica, el ayuntamiento pepero de Santander acaba de retirar la estatua ecuestre de Franco. Ese es el carácter eterno e inmutable de la chusma, imponer toda clase de humillaciones a los que no piensan como el jefe, al que el mandarín de la satrapía cántabra le hace la pelota trayéndole anchoas en taxi para que Sonsoles, la Castafiore de la Moncloa, meriende delicatessen de CantabriaLa Ley de Memoria Histórica no es más que una burda copia de la Damnatio Memoriae, orden que dictaba el Senado Romano en virtud de la cual el nombre del emperador caído o destronado, generalmente a punta de espada, no debía aparecer en documento alguno, como tampoco debía sobrevivir ninguna estatua o retrato de él. La Damnatio Memoriae era la codificación legal del olvido surgido de la cobardía de aquellos que sirvieron, se sirvieron o confraternizaron con el emperador caído y buscaban servirse y confraternizar con la nueva situación política.
Treinta y tres años después de la muerte de Francisco Franco se emprende contra él una Damnatio Memoriae cuya finalidad es que, después de ella, nadie se acuerde ni siquiera de haberle olvidado.