viernes, 7 de octubre de 2011

Alvaro de Bazan y Blas de Lezo

ÁLVARO DE BAZÁN
No sería exagerado decir que hablamos del más grande marino de la historia de la marina de guerra, pues tras 44 años (1544-1588) de servicio a la Corona de España este oriundo de Granada, de noble estirpe Navarra, nunca salió derrotado en ninguna de sus innumerables acciones militares. El “palmarés” del marqués de Santa Cruz es ciertamente demoledor: habiendo rendido 8 islas, 2 ciudades y 25 villas, tomado 36 fuertes y castillos o capturado 44 galeras reales, 21 goletas, 99 galeones y naves de alto bordo, 27 bergantines y 7 caramuzales turcos.
A él lo podemos encontrar derrotando a la armada francesa en aguas gallegas o conquistando la isla canaria de La Gomera o socorriendo triunfalmente a la isla de Malta del asedio al que 30.000 soldados turcos la estaban sometiendo o lo podemos encontrar al mando de la escuadra de reserva en la batalla de Lepanto (“la más alta ocasión que jamás vieron los siglos”, en palabras de D. Miguel de Cervantes) o en la batalla naval de la isla Terceira (archipiélago de las Azores) en la que con 26 naves derrotó a una escuadra francesa formada por 60; la posterior ocupación de sus playas por parte de una fuerza de infantería de tierra se considera, históricamente, como el nacimiento de la Infantería de Marina.
 Como muestra anecdótica de su conocida, reputada y bien ganada fama de hombre de sin par arrojo y valentía se cuenta que el rey, en cierta ocasión en la cual D. Álvaro de Bazán permanecía -en el fragor de la batalla- al descubierto, le ordenó cubrirse y tras agradecérselo aquél el monarca le dijo: ”por el sol, señor marqués, por el sol”.
   
BLAS DE LEZO Y OLAVARRIETA
Por el estado en que fue quedando su físico tras tantos combates en los que tomó parte podríamos decir que fue el Millán Astray del siglo XVIII, pues le faltaba una pierna (era conocido como patapalo), un brazo y un ojo. A los 17 años ya le podemos ver, como guardamarina, combatiendo, en el transcurso de la Guerra de Sucesión española, frente a Vélez-Málaga en una batalla naval en la que encuadrado en la escuadra del Gran Almirante de Francia se enfrenta a una flota angloholandesa. Es herido en una pierna por una bala de cañón pero permanece estoicamente en su puesto de combate. Por su valor se le ascenderá a alférez de navío.
Años más tarde una coalición berberisca sitia la ciudad de Orán. Blas de Lezo consigue, con siete navíos, que se levante el asedio, persigue y ataca a la flota enemiga, sigue tras la nave capitana de Argel (un poderoso navío de 60 cañones) hasta la bien protegida (dos castillos en la entrada y 4.000 hombres) ensenada en la que ésta se refugia y echa al agua lanchas armadas que prenden fuego a la bien protegida capitana berberisca.
Como teniente general de la Armada es enviado a América, donde se convierte, en 1737, en comandante general de Cartagena de Indias. Sucede que el capitán de navío Julio León Fandiño apresó al barco del corsario inglés Robert Jenkins y le cortó la oreja a éste. El corsario se presenta ante la Cámara de los Lores con la oreja en la mano para denunciar lo sucedido y los ingleses encuentran, así, la excusa para atacar Cartagena de Indias con la intención de partir en dos el Imperio español en América. Por este motivo los ingleses denominarán al conflicto bélico generado como “La guerra de la oreja de Jenkins”. Reúnen la mayor flota de la historia jamás preparada para una acción bélica. Sólo la organizada para acometer el Desembarco de Normandía, en 1944, en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial logró superar por vez primera (y única hasta hora) en magnitud a la flota que, al mando del almirante inglés Edward Vernon, se disponía a atacar (y atacó) Cartagena de Indias. El convencimiento, por parte inglesa, de su victoria les mueve a imprimir moneda en cuyo anverso se podía leer: «Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741» y «La arrogancia española, humillada por el almirante Vernon». Y su convencimiento era más que comprensible si nos atenemos a la desmesurada desproporción de fuerzas que se iban a enfrentar: los 186 navíos (armados con 2.000 cañones) y casi 27.600 hombres de Vernon contra los tan solo 6 navíos y 2.830 hombres del audaz Blas de Lezo. Éste dispuso varias líneas defensivas en la ciudad, contrafuertes con sacos terreros en el interior de las murallas y una estrategia defensiva genial, que unidos a altas dosis de arrojo e intrepidez y a la experiencia en 22 batallas de nuestro marino natural de Pasajes –Guipúzcoa-, provocaron la más importante derrota que jamás padeció una Inglaterra que no se ha hartado nunca de magnificar su victoria frente a la, por ellos, llamada Armada Invencible española -en 1.588-, soslayando prevaricadoramente la importancia clave del decisivo e inesperado aliado que para ellos supuso un terrible temporal que dividió y desperdigó a la flota española y soslayando también, posteriormente a los hechos narrados en Cartagena de Indias, que la armada de Vernon superaba en 60 navíos a la de la Armada Invencible de Felipe II. Los británicos decidieron cubrir con el olvido este sin par desastre.

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