En 1808, españoles de toda la nación se alzaron contra un invasor extranjero. Lugares hoy gobernados por gentes y partidos que se dicen antiespañoles, dieron entonces su sangre por España con un patriotismo muy consciente, nada ambiguo, y envueltos en la bandera roja y gualda. Uno de esos lugares fue Gerona, donde los catalanes soportaron con valor asombroso un asedio terrible. Al frente, un granadino: Mariano Álvarez de Castro. Y entre los defensores, una compañía de mujeres que pasaría a la Historia. El sitio de Gerona: Cataluña dió su sangre por España.
Pongámonos en contexto. Madrid se ha levantado contra los franceses el 2 de mayo. Napoleón se ha encontrado con algo insólito: un pueblo que, aun sin rey, se organiza sobre la base de sus viejas instituciones y se alza en armas para defender la patria y la religión. Por todas partes surgen las Juntas. Los franceses son derrotados en el Bruc y en Bailén, fracasan en los asedios de Zaragoza y Valencia. En tal tesitura, temen perder la comunicación con Francia, comunicación que pasaba, entre otros lugares, por Cataluña, y concretamente por Gerona. La situación en Cataluña era difícil. Un fuerte contingente francés se había asentado en Barcelona y creía controlar la región. Pero en Gerona también los españoles se levantan. En junio de 1808 se constituye una Junta, animada sobre todo por el pueblo llano y los clérigos; pese al recelo de la burguesía local, la Junta se convierte en el verdadero poder y declara la guerra a los franceses.
¿Y estaba Gerona en condiciones de hacer tal cosa? En realidad, era una locura. Estamos hablando de una ciudad pequeña, de unos 10.000 habitantes y castigada por la crisis del trigo. Militarmente era muy débil: con un marino como gobernador, Julián de Bolívar, tenía una guarnición de tan sólo 300 soldados del Regimiento de Ultonia, al mando de dos oficiales de ascendencia irlandesa: O’Daly y O’Donovan. Ante el estado de guerra, la Junta organizó dos tercios de miqueletes, milicias populares como los somatenes. También acudieron marineros de Sant Feliu de Guixols para atender unas pocas piezas de artillería, en unas murallas arrumbadas por el tiempo y reducidas a su mínima expresión.
Tres asedios
De manera que Gerona era muy poca cosa, pero para los franceses era vital: necesitaban controlarla para asegurar las comunicaciones con Francia. Así que el jefe napoleónico en Barcelona, Duhesme, que se ha enterado de la sublevación, corre a sofocarla. Es el 20 de junio. Se presenta en Gerona con 5.000 hombres y ocho cañones. Insta a los gerundenses a rendir la plaza. Los gerundenses dicen que no. Duhesme se lanza al asalto. Y aquí, como en Valencia o en Zaragoza, los franceses fracasan: después de tres asaltos, la ciudad resiste. El francés resuelve volver a Barcelona para reunir más tropas. Será un calvario: por el camino, partidas de somatenes y soldados le infligen graves bajas. Los gerundenses han superado este primer asedio. Devotos, atribuyen su victoria a la protección de San Narciso, que es nombrado jefe militar de la ciudad.
Los franceses vuelven, como era de esperar. Será un mes después, el 20 de julio. Duhesme trae ahora más cañones; plantea un largo asedio en toda regla. Pero las defensas de Gerona han aumentado. Primero llegan tres batallones españoles. Rápidamente empiezan a concentrarse columnas de somatenes con dos grandes guerrilleros: Juan Clarós y Miláns del Bosch. Y los refuerzos consiguen su objetivo: después de un mes de asedio, el 20 de agosto los franceses tienen que abandonar nuevamente, y esta vez con pérdidas aún más cuantiosas.
Habrá un tercer asedio. Será el definitivo. Y será también uno de los más tremendos de la guerra de la independencia. Por parte francesa, penetra un gran ejército -18.000 hombres- con el objetivo de asegurar el control sobre Cataluña y, muy principalmente, acabar con la resistencia de Gerona. Pero a Gerona ha llegado alguien muy importante: el general Álvarez de Castro, un militar experto, de sesenta años; un hombre que se había negado a entregar a los franceses el castillo de Montjuich, que se había lanzado al combate y que llegaba a Gerona con el propósito de apurar la resistencia. El 1 de abril de 1809, nuestro general publica un bando resolutivo: se resistirá hasta la muerte. Y quien piense en pasarse al enemigo, será ejecutado sin piedad.
Los franceses se lanzan al ataque. Ocupan las posiciones elevadas en torno a Gerona. Desde allí quieren bombardear la ciudad durante el tiempo que sea preciso. Envían un emisario a Álvarez de Castro para instarle a la rendición. El español no la acepta. El asedio será brutal. La artillería francesa cañonea sin cesar los muros de Gerona, sus casas, sus calles. Ya no se trata simplemente de amedrentar a la población, sino que es una estrategia deliberada de aniquilación de la ciudad, hasta su última piedra. Los gerundeses, sin embargo, no se rinden. Al revés, aceptan vivir entre las bombas como quien oye llover.
Es casi increíble, pero esa situación va a prolongarse durante siete meses. Los franceses siguen acercándose, siguen bombardeando, pero Gerona no cae. A sus exiguas fuerzas –unos 5.600 hombres-, Álvarez de Castro ha añadido a la población civil. Primero se crea la Cruzada Gerundense –un nombre que dice mucho sobre el carácter que los españoles dieron a aquella guerra. La Cruzada constituyó ocho compañías clasificadas por oficios: clérigos seculares, clérigos regulares, estudiantes, artesanos, gente de posición, constructores, etc. Todos defienden: hombres, niños, ancianos, mujeres… sobre todo las mujeres. Tanto se distinguen las mujeres de Gerona en la resistencia, que Álvarez de Castro decide encuadrarlas también militarmente y otorgarles los mismos derechos que a los soldados. Así nace a finales de junio la Compañía de Santa Bárbara, que usaba como distintivo un lazo rojo en el brazo. Esta es la orden del general:
“Habiendo entendido el espíritu, valor y patriotismo de las Señoras Mujeres Gerundenses, que en todas las épocas han acreditado, y muy particularmente en los sitios que ha sufrido esta Ciudad, y en el riguroso que actualmente le ha puesto el enemigo; deseando hacer público su heroísmo y que con más acierto y bien general puedan dedicar y emplear su bizarro valor en todo aquello que pueda ser de beneficio común á la Patria, y muy particularmente de los nobles guerreros defensores de ella, y que a su tiempo tenga noticia circunstanciada S. M. del inaudito valor, y entusiasmo de las Señores Mujeres Gerundenses, (…) Ha venido S. E. en disponer y mandar que se forme una compañía de doscientas Mujeres sin distinción de clases, jóvenes, robustas, y de espíritu varonil para que sean empleadas en socorro, y asistencia de los soldados, y gente armada (…) La Compañía de Señoras Mujeres Gerundenses tendrá la denominación de Compañía de Santa Bárbara”.La estrategia de la boa
Los españoles conseguirán hacer llegar víveres y municiones a los sitiados, pero ninguna ayuda podrá romper la tenaza francesa. El 19 de septiembre lanzan los de Napoleón su gran ataque: cañoneo brutal, murallas rotas, franceses que entran por las grandes brechas… Se combate cuerpo a cuerpo. Y pronto, el milagro: los gerundenses logran detener el asalto. Para los franceses resultaba incomprensible. Tanto que, directamente, optaron por no volver a intentarlo: a partir de ese momento, la estrategia francesa se limitará a estrechar el cerco a fuerza de artillería, como una boa asfixia a su presa. Eso será lo que acabe con Gerona.El 10 de noviembre llega una carta del mando español: no va a ser posible prestar auxilio a la plaza. Gerona está abandonada a su suerte. Cuando llega el invierno, la situación es insostenible: los edificios, arruinados; los supervivientes, sin techo ni víveres ni medicinas; las defensas, quebradas. La descomposición de los cadáveres expande graves enfermedades. El propio Álvarez de Castro enferma. La Junta designa a Bolívar para que tome el mando. Poco le queda por hacer.Son las siete de la tarde del 10 de diciembre de 1809. Ha caído la noche. Los sitiados, al límite de sus fuerzas, optan por capitular. Aún así, ponen sus condiciones. Los sitiados no son bandoleros ni rebeldes. Son un ejército, incluida la población civil movilizada. Como militares, exigen al ejército vencedor un trato conforme a los usos tradicionales de la guerra. Los franceses serán respetuosos, pero sólo a medias. En Gerona ya no había nada que saquear. Pusieron un especial celo en atrapar al general Álvarez de Castro; no les costó mucho, postrado como se hallaba. Al general le espera un calvario: enfermo y deshecho, será llevado de una cárcel a otra hasta terminar en el castillo de Figueras, donde muere el 22 de enero de 1810. Después, los franceses intentarán ganarse a la población imponiendo un régimen catalanista, bajo inspiración del afrancesado Tomás Puig. Será sólo un cebo, porque toda Cataluña es de hecho anexionada a Francia en 1812 y sometida al típico esquema centralista francés. El pueblo, por su parte, nunca aceptará el sometimiento. Cuando los franceses sean vencidos y abandonen la ciudad, ya en 1814, muy pocos afrancesados les seguirán. Y por el contrario, Gerona, la Gerona española, pasará a nuestra historia como un ejemplo insuperable de abnegación y de patriotismo. Entre otras cosas, sus muros fueron uno de los primeros lugares donde ondeó la enseña rojigualda como bandera de España. Esa bandera de Gerona está hoy en el Museo del Ejército. Y esa fue la verdadera historia de la Gerona española, de la Cataluña española.
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