Dentro de la comunidad vikinga existía una clase diferente de guerreros: los guerreros-bestias, los berserkers. Resultaban aterradores cuando se cubrían con pieles de lobo o de oso que, según se suponía, les infundían la fuerza de los animales a los que habían pertenecido. Estos temibles guerreros consagraban su vida al dios supremo Wotan, también conocido como Odín.
La palabra berserker es probablemente una combinación de “beri”, la antigua palabra nórdica para “oso”, y “serkr”, que significaba “camisa”. De ese modo significaría literalmente “vestido de oso”. Según los antiguos textos germánicos, no se distinguían de los hombres ordinarios en circunstancias normales, pero cuando se convertían en berserkers llevaban a cabo acciones increíbles. De vez en cuando sufrían accesos terribles de violencia (bersekr-sgangr). Cuando la rabia se apoderaba de ellos frente al enemigo, se precipitaban enloquecidos, arma en mano contra él y su fuerza se multiplicaba. Nada se les resistía entonces. Tantos siglos después, el verbo to go berserk (enloquecer) figura aún en el vocabulario de la lengua inglesa.
Al recuperar la calma estaban agotados, y no siempre se sentían orgullosos de sus hazañas. En la saga de los Jefes de los Valles del Lago, Thorir dice a uno de los suyos:
—El furor de los berserkers se apodera siempre de mí en el momento en que menos lo desearía, y quisiera, hermano, que hicieses algo por remediarlo.
La gente corriente entre los vikingos no apreciaba precisamente estos excesos, pero no intervenían contra ellos porque pensaban que su comportamiento se debía a un elemento sobrenatural que respetaban. Dos berserkers desembarcaron un día en Islandia. “Se hicieron impopulares porque forzaban a la gente a darles mujeres o dinero, pues, de lo contrario, los retaban a duelo. Aullaban como perros, mordían el borde de sus escudos y cruzaban descalzos el fuego ardiente.”
Durante el siglo XI todavía había aristócratas que se consideraban descendientes de osos. Dos ejemplos son el conde Siward de Northumberland, fallecido en el 1055, y el rey de Dinamarca Svend Estridsen (1047-1074).
A finales del siglo X, los vikingos contaron con un cuerpo de élite, los jomsvikingos. La disciplina era severa en el interior de su campamento fortificado, situado en la desembocadura del Oder, y todo atentado contra las reglas significaba expulsión. Seguían un entrenamiento intensivo y, para que nada viniera a distraerles, se prohibía el acceso al campamento a las mujeres, los adolescentes menores de dieciocho años y los hombres de más de cincuenta. Una vez que se habían convertido en los mejores guerreros, participaban en las campañas y regresaban con un abundante botín, que se repartían a partes iguales.
Los vikingos sobresalían en el arte de levantar campamentos atrincherados y fortificaciones de campaña. Tan pronto como se detenían en un lugar, cavaban fosas profundas alrededor de su campamento y acumulaban la tierra en montículos, con el objeto de protegerse contra cualquier ataque sorpresa.
Para combatir, se revestían con una cota de malla y se cubrían la cabeza con un casco de metal de forma cónica, y que a veces llevaba protecciones para la nariz y las mejillas. El arma de combate favorita era la espada. A menudo, el padre la ofrecía a su hijo, y se le asignaba un nombre heroico, como Resplandor de la Batalla , Fuego de los Reyes del Mar o Serpiente de la Herida. La empuñadura casi siempre estaba cincelada y solía proceder del reino franco, donde los fabricantes de armas forjaban espadas de gran calidad.
También utilizaban el hacha, el arco, la lanza, la jabalina, y un cuchillo corto que se sujetaban al cinturón. En la mano llevaban un escudo redondo de madera que en ocasiones recubrían con cuero. Su equipo se parecía mucho al de los anglos o los francos, con excepción del hacha de combate, cuyo uso se desconocía en el resto de Europa.
Allí pasó a residir, y llamó al lugar Jötunheim (el hogar de los gigantes). En Jötunheim Bergelmer engendró una nueva raza de gigantes del hielo, siempre dispuestos para navegar desde su desolado país y arrasar el territorio de los dioses.
También utilizaban el hacha, el arco, la lanza, la jabalina, y un cuchillo corto que se sujetaban al cinturón. En la mano llevaban un escudo redondo de madera que en ocasiones recubrían con cuero. Su equipo se parecía mucho al de los anglos o los francos, con excepción del hacha de combate, cuyo uso se desconocía en el resto de Europa.
Eran supersticiosos. Para conjurar a los malos espíritus cuando salían a alta mar, fijaban en la proa de sus navíos una cabeza de dragón o de serpiente. Durante sus expediciones se sentían más seguros a bordo de sus barcos, que consideraban como sus casas, que en tierra firme. Cada noche regresaban al barco al término de agotadoras jornadas de combate. Aunque excelentes jinetes, preferían remontar los ríos a remo o a vela.
La idea de morir con las armas en la mano no les daba miedo. Por el contrario, significaba para ellos un gran honor que les permitía acceder a la vida eterna en el Valhalla. Excelentes guerreros, muy disciplinados, sabían economizar sus fuerzas y evitar el enfrentamiento siempre que les era posible. Generalmente enviaban un emisario antes de entablar una batalla o atacar algún lugar.
Cuando los gigantes se hicieron conscientes de la existencia del dios Buri y de su hijo Börr, comenzaron a guerrear contra ellos, pues los dioses y los gigantes representaban las fuerzas opuestas del bien y del mal, y no había la menor esperanza de que algún día llegaran a convivir en paz. La lucha se prolongó durante una eternidad y ningún bando ganaba una ventaja decisiva hasta que Börr se casó con la giganta Bestla, hija de Bolthorn (la espina del mal), que le dio tres hijos: Odín (espíritu), Vili (Voluntad) y Ve (Sagrado). Estos tres hijos se unieron de inmediato a su padre en la lucha contra los gigantes del hielo, y finalmente lograron dar muerte a su peor enemigo, Ymir. Al desplomarse sin vida, la sangre manó de sus heridas en tal cantidad que produjo una gran inundación en la que pereció toda su raza, con la excepción de Bergelmir, que escapó en un barco y se fue con su esposa hasta los confines del mundo.
Allí pasó a residir, y llamó al lugar Jötunheim (el hogar de los gigantes). En Jötunheim Bergelmer engendró una nueva raza de gigantes del hielo, siempre dispuestos para navegar desde su desolado país y arrasar el territorio de los dioses.
Los dioses, llamados Aesir en la mitología nórdica (pilares del mundo), al haber triunfado sobre sus enemigos y no verse ya comprometidos en una guerra perpetua, se percataron del aspecto desolado con el que todo había quedado a su alrededor, y se dedicaron a la tarea de hacer un mundo habitable. Los hijos de Börr, tras mucho deliberar, comenzaron a crearlo a partir del enorme cuerpo de Ymir.
De su carne hicieron Midgard, como se llamó a la tierra. Esta fue colocada exactamente en el centro del vasto espacio, y bordeada por las cejas de Ymir a modo de murallas. La porción sólida de Midgard fue rodeada por la sangre y sudor del gigante, que formó el océano, mientras que con sus huesos formaron las colinas, con sus dientes los arrecifes, y con su cabello los árboles y toda la vegetación.
Complacidos con el resultado de sus primeros esfuerzos, los dioses tomaron entonces la calavera del gigante y la elevaron sobre la tierra y el mar para formar la bóveda celeste; luego, esparciendo su cerebro, hicieron las nubes.
Para sujetar la bóveda celeste, los dioses situaron en sus cuatro esquinas a los fuertes enanos, Nordri, Sudri, Austri y Westri, encargándoles que la sujetaran sobre sus hombros, y de ellos reciben su nombre los cuatro puntos cardinales.
LA ESCRITURA RUNICA..
La escritura rúnica era conocida por todos los pueblos germánicos. Aparentemente, los daneses utilizaron las runas desde comienzos del siglo II, los noruegos las empleaban ya en el siglo III, los anglosajones en el VI. Pero fue sobre todo entre los siglos IX y XI cuando más se utilizó esta escritura, principalmente por parte de los pueblos escandinavos.
El alfabeto rúnico tomaba su nombre de los seis primeros caracteres que lo componían (futhark). En su origen, estaba formado por veinticuatro caracteres (aeldre futhark). En tiempos de los vikingos, ese número se había reducido a 16 (yngre futhark).
Los caracteres rúnicos estaban formados por rasgos fáciles de pintar o de grabar con cuchillo en la madera o el hueso. La escritura desempeñaba un papel mágico, pero también servía para la comunicación. Las runas (runa significa misterio), cuya invención se atribuye a Odín, constituían un lenguaje esotérico al que sólo tenían acceso algunos iniciados. Se les atribuían numerosos poderes. Gracias a ellas, se podía despertar el amor en los corazones más fríos, conocer el porvenir, ponerse en contacto con los muertos, transformar a un hombre en animal, curar enfermedades, provocar o disipar las tempestades… El contenido del mensaje no era lo esencial. El simple hecho de grabarlas bastaba para conferirles un efecto mágico. Antes de partir en expedición, algunos vikingos grababan runas en el timón de su barco o en la empuñadura de su espada.
Dejando aparte este uso esotérico, los escandinavos empleaban las runas, sobre todo hacia el final de la era vikinga, cuando querían dejar mensajes a la posteridad, conservar el recuerdo de seres queridos o de acontecimientos importantes, o, simplemente, para indicar el nombre del propietario de un objeto.
Las inscripciones simplemente pintadas desaparecieron hace mucho tiempo, y la podredumbre acabó con las grabadas en madera, la materia más fácil de utilizar. La mayor parte de las inscripciones que han llegado hasta nosotros son piedras funerarias, encontradas principalmente en Suecia. Algunas fueron descubiertas en lugares donde nadie esperaba hallarlas. Tal es el caso de la grabada en una paletilla del león de mármol que custodia la entrada al arsenal de Venecia. Sin duda alguna, dicho león, que anteriormente estuvo en el puerto de El Pireo, en Atenas, recibió la visita de un guerrero varego al servicio de Bizancio.
La traducción plantea graves problemas, y algunas encontradas sobre soportes demasiado desgastados no han podido ser descifradas. Con respecto a otras, hemos de contentarnos con traducciones parciales o dudosas. El grabado era efectuado por hombres especializados, y a veces firmaban los textos.La mayor piedra rúnica encontrada hasta el momento es la de Jelling, que data de 983-985. Presenta una forma de pirámide de tres caras, de una altura de dos metros y medio. En una de las caras nos explica que “El rey Harald (Harald Diente Azul) hizo erigir esta piedra a la gloria de Gorm, su padre, y de Tyra, su madre”. Fue este Harald quien sometió a Dinamarca y Noruega, y quien convirtió a todos los daneses al cristianismo. La segunda cara representa a Cristo en la cruz; la tercera a un monstruo y una serpiente entrelazados.
El alfabeto rúnico tomaba su nombre de los seis primeros caracteres que lo componían (futhark). En su origen, estaba formado por veinticuatro caracteres (aeldre futhark). En tiempos de los vikingos, ese número se había reducido a 16 (yngre futhark).
Los caracteres rúnicos estaban formados por rasgos fáciles de pintar o de grabar con cuchillo en la madera o el hueso. La escritura desempeñaba un papel mágico, pero también servía para la comunicación. Las runas (runa significa misterio), cuya invención se atribuye a Odín, constituían un lenguaje esotérico al que sólo tenían acceso algunos iniciados. Se les atribuían numerosos poderes. Gracias a ellas, se podía despertar el amor en los corazones más fríos, conocer el porvenir, ponerse en contacto con los muertos, transformar a un hombre en animal, curar enfermedades, provocar o disipar las tempestades… El contenido del mensaje no era lo esencial. El simple hecho de grabarlas bastaba para conferirles un efecto mágico. Antes de partir en expedición, algunos vikingos grababan runas en el timón de su barco o en la empuñadura de su espada.
Las inscripciones simplemente pintadas desaparecieron hace mucho tiempo, y la podredumbre acabó con las grabadas en madera, la materia más fácil de utilizar. La mayor parte de las inscripciones que han llegado hasta nosotros son piedras funerarias, encontradas principalmente en Suecia. Algunas fueron descubiertas en lugares donde nadie esperaba hallarlas. Tal es el caso de la grabada en una paletilla del león de mármol que custodia la entrada al arsenal de Venecia. Sin duda alguna, dicho león, que anteriormente estuvo en el puerto de El Pireo, en Atenas, recibió la visita de un guerrero varego al servicio de Bizancio.
No todas las inscripciones rúnicas contienen mensajes. Algunas se limitan a reproducir la lista de los caracteres del futhark. Los mensajes son siempre concisos. Un saqueador escribió en una caja para guardar joyas: “Ranvaig posee este cofre”. En Suecia existe una inscripción de unas 170 palabras, pero los mensajes de tal extensión son excepcionales.
La traducción plantea graves problemas, y algunas encontradas sobre soportes demasiado desgastados no han podido ser descifradas. Con respecto a otras, hemos de contentarnos con traducciones parciales o dudosas. El grabado era efectuado por hombres especializados, y a veces firmaban los textos.La mayor piedra rúnica encontrada hasta el momento es la de Jelling, que data de 983-985. Presenta una forma de pirámide de tres caras, de una altura de dos metros y medio. En una de las caras nos explica que “El rey Harald (Harald Diente Azul) hizo erigir esta piedra a la gloria de Gorm, su padre, y de Tyra, su madre”. Fue este Harald quien sometió a Dinamarca y Noruega, y quien convirtió a todos los daneses al cristianismo. La segunda cara representa a Cristo en la cruz; la tercera a un monstruo y una serpiente entrelazados.
Jelling
Una de las consecuencias de la cristianización de Escandinavia, a finales del siglo X, fue la sustitución progresiva del alfabeto rúnico por el romano. La adopción por los pueblos nórdicos de esta nueva forma de expresión escrita, más fácil de utilizar, señaló el punto de partida de una auténtica literatura escandinava. Aun así, el futhark sobrevivió durante varios siglos, en particular en Islandia, donde la mayoría de las inscripciones rúnicas que se han encontrado datan del siglo XV.
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