Girolamo Savonarola, llamado el monje negro, nació en Ferrara, Italia, el 21 de septiembre de 1452 y falleció en Florencia el 23 de mayo de 1498.
Fue un religioso dominico, confesor del gobernador de Florencia, Lorenzo de Médici, organizador de las célebres hogueras de vanidad (o "quema de vanidades") donde los florentinos estaban invitados a arrojar sus objetos de lujo y sus cosméticos, además de libros que él consideraba licenciosos, como los de Giovanni Boccaccio. Predicó contra el lujo, el lucro, la depravación de los poderosos y la Iglesia, contra la búsqueda de la gloria y contra la homosexualidad, entonces llamada sodomía, que él sospechaba que estaba en toda la sociedad de Florencia, donde él vivió.
Sus exaltados sermones atacaban con igual contundencia a la jerarquía eclesiástica, al papa, a la aristocracia y a las autoridades políticas, despertando la indignación revolucionaria de las masas. Cuando la invasión francesa de Toscana puso en peligro el poder de los Médicis, Savonarola contribuyó a expulsarlos de la ciudad mediante una revolución popular e intentó que los franceses continuaran su avance contra Roma (1494).
En Florencia se instauró un régimen republicano mixto, con elementos democráticos y teocráticos (Jesucristo fue proclamado rey); el propio Savonarola controlaba el poder y lo empleaba para imponer rigor moral extremo. El papa Alejandro VI, blanco de los ataques de Savonarola, le excomulgó en 1497.
En febrero de 1498, Savonarola volvió a subir al púlpito de Santa María del Fiore (Catedral de Florencia) para demostrar antes que nada la invalidez de aquella excomunión, y arremetió con mayor violencia contra la corte de Roma y el Papa. En 1498 el papa ordenó su arresto y ejecución.
Durante cuarenta y dos días se le somete a tortura, así como a sus partidarios. Al cabo Savonarola firma su arrepentimiento con el brazo derecho, brazo que los torturadores habían dejado intacto para que pudiese hacerlo.
Ejecución de Savonarola (Stefano Ussi) |
El día fijado para su ejecución fue llevado hasta la Plaza della Signoria junto con sus fieles seguidores, Fray Silvestro de Pescia y Fray Domenico. A los tres se les quitó la ropa, fueron tratados como herejes y entregados al brazo secular. Un testigo cuenta en su diario que el fraile tardó en quemarse varias horas. Los restos fueron sacados y devueltos a la hoguera repetidamente, a fin de que se redujeran a cenizas y sus partidarios no los trataran como reliquias. Cuando quedaron reducidos a cenizas, fueron arrojadas al río Arno, al lado del Ponte Vecchio.
SENECA, EL FILOSOFO DEL TIRANO.Una de las figuras más importantes del siglo I es la de Séneca, el último gran filósofo en lengua romana. Quiso actuar en la vida pública y fue el preceptor y el ministro más odiado por los emperadores. Extraña figura, a menudo detestada en la Antigüedad, en la que una tradición aristocrática, contra la que lucha Tácito, le acusa de hipocresía.
Séneca no es filósofo de profesión, sino un magistrado como Cicerón, un hombre de acción que conoció de forma violenta y variada todas las realidades de la vida. Nacido en los comienzos del siglo, hijo de un célebre retórico, es español de origen y representa en Roma a las provincias occidentales en el momento en que adquieren una importancia decisiva: es un ciudadano del mundo. En su juventud atendió la llamada de la sabiduría mística -pitagorismo, influencias egipcias, quizá judaísmo- y estuvo a punto de ser víctima de Sejano, y después de Calígula. Su ambición, o su prestigio, le llevan a mezclarse con los peores dramas de la corte: le acusaron, bajo Claudio, de ser el amante de una princesa imperial que murió víctima de este agravio y fue exiliado a Córcega. Desde allí, sin declararse culpable, suplicaba al poder que le permitiera regresar.
Agripina le hizo volver después de la caída de Mesalina. Así, asistió a la muerte de Claudio, y luego Nerón le consultó antes de matar a Agripina. Principalmente en ese tiempo, entre el 48 y el 65, fecha ésta de su suicidio, escribió su obra filosófica mientras crecía, para declinar luego, su influencia sobre Nerón, quien terminó por exigir su muerte.
Séneca fue ante todo un leal senador de Nerón, de quien había sido maestro de retórica y de filosofía. Parece haber representado la tendencia más activa y más innovadora del estoicismo. También es cierto (como demuestran ciertas críticas que dirige al final de su vida a Posidonio) que desconfía un poco de la civilización, del progreso técnico, de las ciencias y de las artes. La influencia de los cínicos es muy fuerte en su obra.
RAMSES EL GRANDE.En 1290 a.C., un joven Ramsés fue coronado tercer faraón de la XIX Dinastía. Se desconoce la edad que tenía en aquel momento; su fecha exacta de nacimiento está enterrada en algún lugar de la antigüedad, pero los eruditos creen que tenía poco más de 20 años. Tras una década de preparación para asumir la posición más alta del país, por fin era el rey de Egipto y podía demostrar su poder supremo creando monumentos soberbios que proyectarían su imagen omnipotente.
Cantera de Asuán |
Gran parte de la mejor arquitectura egipcia fue erigida durante el Imperio Nuevo. El paisaje se fue configurando con majestuosos templos que, junto con las pirámides de Giza, se convirtieron en símbolos imperecederos del pasado de esta antigua civilización. Algunos de los más monumentales se construyeron durante el reinado de Ramsés II, como el que hoy se conoce como Abu Simbel. Este recinto es el mayor templo tallado en roca que se haya construido jamás. Allí, cuatro estatuas sedentes de Ramsés se alzan a una altura de más de 20 metros. En el Egipto antiguo el rey era un ser divino y su trabajo era servir de intermediario entre los dioses y el pueblo. Quizá la principal responsabilidad del faraón como dios vivo era mantener el orden, y Ramsés parecía tomarse su papel divino bastante en serio. Detrás de las cuatro estatuas sedentes se abría un templo que se adentraba 48,7 metros en la montaña. En el interior, ocho figuras de Ramsés talladas a imagen del dios de los muertos, Osiris, custodian un pasillo que acaba en una sala sagrada. En esa sala se encuentran estatuas de los grandes dioses de Egipto, y Ramsés está sentado entre ellos.
Templo de Abu Simbel
Aún se pueden encontrar infinidad de estatuas de Ramsés por todo Egipto, eran un elemento necesario en la vida cotidiana. En aquella época servían para representar a un faraón al que pocos podían ver, pero al que todos veneraban.Durante los tres primeros años de su reinado Ramsés vivió una vida tranquila. Centró su atención en la construcción de grandes edificios, en la usurpación de monumentos de faraones anteriores y en tallar y volver a tallar su nombre e imagen en jeroglíficos y relieves por todo el país. Los eruditos aseguran que en las inscripciones que se hicieron durante su vida hay pistas que pueden ayudar a comprender al hombre que había detrás de la imagen.
Ramsés, como faraón, no realizó su primera campaña militar hasta el quinto año de su reinado. En 1286 a.C., decidido a tener el control total de la costa del Mediterráneo organizó una expedición. Sus esfuerzos resultaron ser un éxito: él y sus tropas regresaron victoriosos a casa tras haber logrado el control tanto de aquella área como de una zona que antes había estado bajo el dominio egipcio pero que se había perdido frente al poderoso Imperio Hitita. La batalla de Qadesh sería uno de los momentos más célebres y mejor documentados del reinado de Ramsés II.
Incluso hoy en día es imposible viajar por Egipto sin encontrar algunas de las muchas obras que se erigieron en la época de Ramsés II. La cantidad y grandiosidad de sus monumentos son un reflejo de su poder.
Estatua de Ramsés II en el Templo de Luxor |
Según varios documentos, Nefertari fue la esposa más amada y su belleza era legendaria. Ramsés pareció honrarla haciendo que su presencia fuera conocida en todo el Imperio. En Abu Simbel, cerca de su enorme templo, se encuentra otro dedicado a la diosa egipcia Hathor y a la amada esposa de Ramsés. Allí, dos tallas idealizadas representan a Nefertari, a las que acompañan otras cuatro de su devoto marido.
Nefertari le dio muchos hijos a Ramsés, pero ninguno le sobrevivió, como tampoco lo hizo su reina favorita. Hacia el año 24 de su reinado, Ramsés lloró la muerte de Nefertari. Su devoción a la memoria de la reina se evidencia sobre todo en el lugar de su descanso eterno, en la zona conocida como el Valle de las Reinas. A 12 metros bajo tierra se encuentra su tumba, de enormes dimensiones y magníficamente decorada.
Templo de Nefertari en Abu Simbel |
Se cree que Ramsés II engendró unos 90 hijos, y a diferencia de cualquier otro faraón hizo gala de ellos, orgulloso, en muchos de sus monumentos.
El reinado de Ramsés fue un periodo de la historia que a menudo se ha relacionado con el Éxodo bíblico, y muchos creen que en realidad Ramsés II fue el responsable, pero la verdad es que el verdadero alcance del gobierno de Ramsés como faraón de Egipto sigue aún sin conocerse.
Después de casi 67 años el reinado de Ramsés llegó a su fin. Se cree que tenía más de 80 años cuando murió, y fue enterrado en la tumba conocida como Valle de los Reyes número 7 o KV-7. Su muerte marcaría el fin de una época.
DON PELAYO.
La figura de don Pelayo está rodeada de un halo legendario que dota al personaje de gran atractivo. Los especialistas ponen en duda que se tratara de un miembro de la familia real, situándole más bien en el cargo de espatario de don Rodrigo o alguien vinculado a los círculos de poder de la comarca del Sella.
Ante el cada vez más amenazante avance musulmán, un buen número de nobles y eclesiásticos vinculados al último rey visigodo buscó refugio en los montes de los Picos de Europa y en el valle del Sella. Las crónicas hablan de una reunión tribal celebrada en el año 718 en la que Pelayo consigue que se alcance un acuerdo entre su grupo nobiliario y los astures para orientar la tradicional hostilidad de los montañeses contra los musulmanes.
Si bien en un primer momento estas acciones no tuvieron ninguna repercusión respecto al gobernador andalusí, en el año 722 el gobernador Anbasa envía contra los rebeldes una expedición de castigo dirigida por Alqama. Las tropas islámicas no serían tan numerosas como narran las crónicas cristianas -que las cifran en unos 50.000 hombres-, saliendo mejor paradas de los primeros choques.
Esta inicial victoria musulmana motivaría la retirada de los rebeldes a los desfiladeros de los Picos de Europa donde tendrá lugar la famosa batalla de Covadonga (722) en la que -de nuevo según las crónicas cristianas- intervino la Virgen María en ayuda de sus devotos. Esta es la razón por la que años más tarde se levantaría el santuario mariano de Covadonga.
La primera victoria motivó que el gobernador árabe de Gijón se retirara, permitiendo que Pelayo y sus fieles fueran ganando terreno y controlando parte del territorio astur. Tras una nueva victoria en Olalíes -la actual Proaza- Pelayo se asentó en Cangas de Onís, cambiando las montañas por el valle, y fomentó un proceso de cristianización de los astures. Poco más sabemos de los rebeldes, quienes para las autoridades islámicas no tenían importancia, aludiendo a ellos como "treinta asnos salvajes". Debemos advertir que Pelayo nunca se consideró rey por lo que este honor quedaría reservado para su yerno Alfonso I.
GERONIMO EL APACHE.Corría el año 1829 cuando en el seno de los apaches bedonkohe y en un territorio situado ahora en el estado de Arizona vino al mundo un niño que recibió el nombre de Gojlaye. En aquella época los apaches bedonkohe -al igual que sus parientes apaches chokonen, chihenne y nedni- eran ya una población prácticamente sedentaria que se dedicaba a cultivos como las judías, el maíz y las cucurbitáceas. Eventualmente, realizaban incursiones de robo -apachu significa enemigo en lengua zuñi y de ahí deriva el nombre que les pusieron los españoles- pero, en términos generales, sus relaciones con los mexicanos eran pacíficas.
A los diecisiete años, Gojlaye entró en el consejo de guerra de su tribu siendo jefe el famoso caudillo apache Mangas Colorado. Nada más convertirse en guerrero, Gojlaye podía aspirar a contraer matrimonio y, efectivamente, tras abonar al padre de una tal Alope un elevado precio en caballos, pudo tomarla por esposa. De este matrimonio nacerían en los años siguientes tres hijos. En 1858, Gojlaye, junto a otros apaches, viajó a Sonora para comerciar con los tenderos locales. Durante su ausencia, los soldados mexicanos atacaron la tribu a la que pertenecía y asesinaron a hombres, mujeres y niños sin exceptuar a Alope y a sus tres hijos. De toda la tribu, sólo sobrevivieron ochenta guerreros y con ellos y la ayuda de otros grupos apaches, Gojlaye se desplazó a México para vengarse.
En la batalla de Kaskiyeh, los apaches ocasionaron una terrible derrota a los mexicanos dándose por satisfechos. La única excepción al respecto fue la de Gojlaye al que sus enemigos ya habían bautizado con el nombre de Gerónimo por haber sido en la festividad de este santo cuando había tenido lugar el cruento choque. En el verano de 1860, Gerónimo con veinticinco seguidores comenzó una serie de incursiones letales en el territorio de México. En apariencia, su actitud constituía un disparate vengativo que amenazaba la paz y la existencia de los apaches.
Sin embargo, en 1861 el ejército de Estados Unidos comenzó una guerra no provocada contra la misma tribu con la intención de acabar con ella y la venganza personal de Gerónimo se vio sumergida en la corriente más amplia de la supervivencia de su pueblo. Durante diez años, las tropas norteamericanas perpetraron atrocidades sin cuento contra las poblaciones apaches, asesinaron a sus caudillos en encuentros en los que, supuestamente, se iban a tratar los términos de la paz futura e impusieron como condición para aquella la reclusión de los apaches en reservas.
En 1871, el jefe apache Cochise aceptó la rendición y los apaches fueron encerrados en cuatro reservas situadas en Nuevo México y Arizona. La paz, ciertamente inhumana para los indígenas, duró poco ya que en 1877 las autoridades americanas dieron la orden de llevar a los apaches a la reserva de San Carlos. Para completar el proceso, se envió además un mensaje a Gerónimo, que nunca se había rendido, para que acudiera a parlamentar. El piel roja lo hizo pero traicionando las garantías que le habían ofrecido, los soldados lo atraparon, lo cargaron de cadenas y lo encerraron en una prisión militar durante cuatro meses. De allí salió sólo para ser trasladado a San Carlos.
Pero sus tribulaciones a manos del gobierno de Estados Unidos apenas estaban comenzando. En 1881, ante los rumores insistentes de que iba a ser ahorcado, Gerónimo huyó de la reserva con unos setenta guerreros en dirección a México. Seis meses después regresó sólo para intentar convencer a los demás apaches de que lo siguieran. Lo consiguió pero en la huída, mientras hacía frente a las tropas norteamericanas para permitir que las mujeres y los niños se pusieran a salvo, fuerzas mexicanas atacaron su retaguardia y mataron prácticamente a todos los apaches que no eran guerreros.
Gerónimo, y otros tres jefes, logró escapar e inmediatamente intentó unirse a otros reductos de resistencia pero poco podía hacer aparte de sobrevivir a un acoso constante de dos ejércitos. En 1882, la reserva de San Carlos pasó a estar a las órdenes del general Crook que tenía una visión distinta del conflicto. Se entrevistó con Gerónimo y reconoció las injusticias de que habían sido objeto los apaches. Tras recibir nuevamente garantías de que serían tratados con humanidad al igual que el conjunto de los apaches, en febrero de 1884, Gerónimo y los suyos regresaron pacíficamente a la reserva.
Durante un año, la situación permaneció estable pero entonces la población blanca de Arizona inició una campaña de desprestigio dirigida contra Gerónimo y no fueron pocos los que exigieron su ejecución e incluso formaron partidas encaminadas a llevar a cabo ese fin. En mayo de 1885, Gerónimo decidió escapar hacia México una vez más. Lo consiguió pero el general Crook decidió que aquella acción no podía quedar impune y se adentró en su persecución por territorio mexicano. El apache, apenas seguido por una veintena de guerreros, combatió devolviendo golpe tras golpe durante años pero, como siempre, la suya era una lucha desesperada.
Finalmente, se vio cercado gracias a la utilización de guías apaches por parte del ejército de Estados Unidos ahora mandado por el general Miles. Tras su capitulación tanto los apaches que le habían seguido como los que le habían perseguido al servicio de la caballería fueron desarmados y trasladados en carros a Holbrook, Arizona, desde donde se les llevó en tren militar hasta Florida. A su paso por San Antonio, Texas, Gerónimo estuvo a punto de ser ahorcado por sus “crímenes” -de hecho, el mismo presidente de Estados Unidos, Grover Cleveland, era partidario de su ejecución- pero sólo pasó cuarenta días en la cárcel.
El clima de Florida resultó de efectos inmediatamente devastadores para los apaches. En mayo de 1887, tras más de dos años sin ver a sus familias, volvieron a ser deportados como trabajadores forzados esta vez a Mount Vernon, Alabama. En 1894, se les trasladó nuevamente, ahora a Fort Sill, Oklahoma. Gerónimo suplicó al general Miles que le permitiera regresar a su tierra pero sólo recibió como respuesta las carcajadas del veterano militar. Una vez más la palabra del gobierno de Estados Unidos había demostrado ser tan doble como la lengua bífida de algunos reptiles. Ni siquiera el hecho de que en 1903 Gerónimo se uniera a la iglesia reformada sirvió para mejorar su suerte.
Bien es cierto que en 1904 la Oficina de Asuntos indios lo llevó a la Feria mundial de San Luis donde el antiguo caudillo ganó algo de dinero vendiendo sus autógrafos. Sin embargo, jamás volvería a ver las tierras en las que había crecido y a las que las autoridades americanas habían prometido reintegrarle. El 17 de febrero de 1909, Gerónimo murió en Fort Sill en calidad todavía de prisionero de guerra. Había sido el último gran caudillo novocentista de la resistencia indígena contra Estados Unidos.
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