ALVILDA, PRINCESA DEL BÁLTICO
La princesa Alvilda, hija de Syward, rey de Gotland, pasó su infancia encerrada en una torre, custodiada por dos serpientes que guardaban la puerta de su habitación para ahuyentar a los pretendientes indignos. Sólo el más valiente, aquél que consiguiera derrotar a sus dos “ guardianes “ y entrar en la habitación, podría casarse con la princesa. Y el vencedor de la prueba fue un príncipe danés llamado Alf. Pero Alvilda, que no estaba entusiasmada con la idea del matrimonio, prefirió huir en un navío con sus doncellas y hacerse pirata actuando en el mar báltico. Se dice que la instigadora de la fuga fue la madre de la princesa. Alvilda desapareció y estalló un escándalo con mayúsculas. Alf juró y perjuró que la haría suya y, tras obtener la bendición de su futuro suegro, partió en busca de la fugada. Otra versión dice que la princesa se habría negado a aceptar un matrimonio arreglado a sus espaldas por su padre con el joven danés.
Obsesionado, Alf recorrió el báltico una y otra vez. Las hazañas que realizó le habrían satisfecho si no hubieran estado lacradas con el baldón de la humillación que sentía. La interminable navegación del príncipe finalizó cuando su hermano le exigió que retornara. Un pirata misterioso, cuyo rostro nadie conocía, sembraba el terror en las aguas danesas, obstaculizando el comercio y saqueando barcos y puertos. Había que acabar con sus desmanes y sólo Alf podía hacerlo. El danés acató la fraternal orden. Armó una flotilla e inició la persecución. La empresa adquirió con el correr de los meses el mismo tono frustrante y desesperado que caracterizó su anterior singladura. El pirata era igual de fantasmal y escurridizo que las espesas neblinas y los hielos de las aguas bálticas. El ladrón del mar resultaba tan invisible como Alvilda. El uno y la otra parecían ser la misma persona, y de hecho, lo eran.
Alf ignoraba que la princesa había topado en su desesperada huida con una partida de vikingos, convirtiéndose en su jefe. Muchos meses después, el príncipe danés entró con su pequeña flota en una bahía del golfo de Finlandia para reconocerla. Su sorpresa debió de ser mayúscula cuando encontró anclados a los poderosos langskip que buscaba. La princesa pirata ordenó atacar de inmediato a los recién llegados. Éstos viéndose inferiores en número, rogaron a su capitán que ordenase la retirada. Pero el orgulloso Alf se negó y embistió a la nave almirante, cuya tripulación intrigó a los daneses, que se preguntaban admirados de dónde obtenían los adversarios tan graciosa belleza de formas y semejante flexibilidad de movimientos. La respuesta la obtuvieron mucho después, cuando los marinos enemigos se rindieron. Todos ellos sin excepción eran hermosas muchachas.
El joven Alf y sus hombres las abordaron y se enzarzaron con ellas en una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo. Después de sufrir fuertes bajas, la tripulación de Alvilda se rindió y ella misma fue hecha prisionera. Cuando la valiente mujer pirata fue llevada ante el príncipe, éste descubrió que bajo el yelmo de su adversario se ocultaba el bello rostro de su huidiza prometida. Alf, al verla, volvió a proponerle matrimonio y ella, impresionada por la forma de luchar del príncipe, se casó con él, convirtiéndose así en reina de Dinamarca. Y juntos tuvieron una hija a la que llamaron Gurith.
BOUDICA, La reina celta que desafió a Roma
Su nombre significaba ”victoria”. También fue conocida como Budica, Buduica, Bonduca o por el nombre latinizado de Boadicea. Es descrita como alta, de voz áspera y mirada feroz, cabello pelirrojo hasta la cadera, muy inteligente “ poseía una inteligencia más grande que la que generalmente tienen las mujeres ”, vestía una túnica muy colorida y un manto grueso ajustado con un broche. Siempre usaba un grueso collar de oro, posiblemente un torque, aditamento que entre los pueblos celtas siempre significaba nobleza. Siempre que hablaba, sostenía una lanza con la mano para aterrorizar a cualquiera que la contemplase. Miembro de la predominante elite aristocrática de Icena, recibió una buena educación acorde a dicha posición social. Se casó con el rey de los icenos, Prasutagus, con quien tuvo sus dos únicas hijas.
Los icenos era una tribu de origen celta que se distribuía por la región de Anglia del Este (actuales Norfolk y Suffolk). Eran aguerridos guerreros cuyas armaduras estaban remachadas en oro, peleaban desnudos y precedían sus ataques con trompetas. Combatían pintados de azul con glasto, que aparte de aterrorizar a los enemigos, las cualidades antisépticas del glasto ayudaban a prevenir la infección de las heridas. Al principio no fueron parte del territorio invadido por los romanos porque tuvieron el estatuto de aliados durante la conquista romana de Britania llevada a cabo por Claudio y sus generales en el año 43. Como todos los pueblos celtas, daban gran importancia a su independencia y hubo varios roces entre los romanos y los icenos anteriores al levantamiento del año 60, el más importante de los cuáles se verificó cuando el entonces gobernador de Britania, Publio Ostorio Escápula, los amenazó con desarmarlos.Sin embargo, Prasutagus vivió una larga vida de riqueza. Pero había un problema y era que no tenía hijos varones y que, aunque la realeza pudiera pasar a sus hijas, sin embargo, no podía asegurar la independencia formal del Imperio; por eso se le ocurrió la idea de nombrar al emperador romano coheredero de su reino junto con sus dos hijas. Este tipo de testamentos eran habituales en la época romana pues se conseguía que, al menos durante al vida del rey cliente, se respetara un estatus de semi-independencia.
Debido a estos factores y a que la ley romana sólo permitía la herencia a través de la línea paterna, cuando Prasutagus murió, su idea de preservar su linaje fue ignorada y su reino fue anexionado como si hubiera sido conquistado. Las tierras y todos los bienes fueron confiscados y los nobles tratados como esclavos. Debido a que Prasutagus había vivido pidiendo prestado dinero a los romanos, al fallecer, todos sus súbditos quedaron ligados a esa deuda que la reina Boudica no podía pagar. Los romanos desencadenaron la violencia saqueando las aldeas y tomando esclavos como pago de la deuda. Boudica protestó amargamente, y después de todos sus esfuerzos, fue sacada del palacio, desnudada en público y azotada por haber incumplido el pago de la deuda. A continuación los oficiales y soldados romanos violaron a sus hijas, las herederas del reino. Lo que desató la furia incontenible de la reina.
En el año 60 d.C. o 61 d.C. mientras los romanos bajo el mando de su gobernador Cayo Suetonio Paulino estaban ocupados en una campaña contra la isla de Mona, refugio de britanos rebeldes y gran centro druídico, los desairados icenos junto a los trinovantes y otras tribus, convocadas por la reina Boudica, conspiraron para levantarse unidas contra los romanos, eligiendo a la misma Boudica como líder de las tribus. La reina usando métodos de adivinación realizó una ceremonia en la que extrajo de los pliegues de su vestimenta una libre (animal sagrado para los britanos) liberándola. Interpretando la dirección en que corría la liebre invocó a Andraste, la diosa celta de la victoria, enardeciendo así aún más el ánimo de los insurrectos.
Con su liderazgo sobre varias tribus britanas, entre cien mil y doscientos treinta mil guerreros se unieron y avanzaron hacia la Castra de Camulodunum, fortaleza romana situada en la antigua capital de Trinovantia. Los habitantes locales, resentidos con los soldados romanos por erigir un templo a Claudio a sus expensas y hartos del maltrato continuo a que eran expuestos por los legionarios veteranos establecidos en la ciudad, no hicieron nada para defenderlos y sabotearon las obras de fortificación y defensa que levantaban los romanos ante la llegada del ejército rebelde. Los soldados veteranos, pidieron refuerzos al procurador Cato Deciano, que sólo envió 200 auxiliares militares.
El ejército de Boudica cayó sobre la ciudad y la destruyó, los últimos defensores romanos fueron sitiados en el templo durante dos días hasta que finalmente fueron exterminados. La legión IX Hispana, al mando de Petilio Cerial, fue enviada contra el ejército de Boudica en Camulodunum pero cayó en una emboscada de los rebeldes icenos, quienes los desbarataron por completo matando a dos mil quinientos legionarios.
La leyenda de María Pérez, La Varona
Cuenta una famosa leyenda soriana, que allá por el siglo XII existió una singular mujer, de nombre María Pérez de Villanañe, que vestida de hombre guerreó con valor junto a sus hermanos, luchó contra los musulmanes, tomó partido por su reina Urraca de Castilla y venció en un combate al rey de Aragón, Alfonso I el Batallador, en los campos de Barahona. Cuando se conoció su verdadero sexo, la apodaron la " Varona de Castilla “ y dejó las armas al casarse con un infante y fundar una familia.
María era una mujer muy corpulenta, que no tuvo reparos en vestir y adoptar el papel de un hombre para formar parte de las filas militares en plena reconquista. Montaba a caballo al estilo masculino y era muy diestra en el manejo de las armas. Ella no era un modelo de austeridad. Aunque virtuosa y honesta, la condición de su alma y las exigencias de su fisiología, le imponían un régimen de comidas abundantes y de grandes libaciones. Dícese de ella que devoraba medio carnero asado sobre las ascuas del pino y libaba un cántaro de vino sin que le alterase la condición moral este exceso.
El momento histórico se sitúa en el año 1109, durante las guerras entre Castilla y Aragón. Castilla defendía a la reina Urraca y a su heredero Alfonso VII, mientras que Aragón defendía a su rey Alfonso I. Los hermanos de María luchaban a favor del rey castellano, Alfonso VII, y acudieron a Barahona para defender sus colores, pero no sabían donde dejar ni con quien a María durante su ausencia. Ella se vistió con armadura y quiso ir a luchar con ellos. Tras la reyerta se produjo cierta dispersión entre las tropas y María, sola, en la penumbra de la tarde, se topó con otro despistado: Alfonso el Batallador. María llevaba el rostro cubierto con la celada, como lo muestra luego la estatua heráldica que todavía se puede observar en su posesión de Villanañe, y así luchó contra el aragonés, partiéndosele la espada, pese a lo cual, fue tan grande su valor, que venció a su oponente y le hizo prisionero. Admirado, el rey aragonés, le dijo: Habéis obrado, no como débil mujer, sino como fuerte varón y debéis llamaros Varona, vos y vuestros descendientes, y en memoria de esta hazaña usaréis las armas de Aragón.
La vida de María Pérez, que algunos hacen descender directamente del conde castellano Fernán González, no terminó con su gesta de armas. Se dice que después mandó construir un puente y varias casas, una iglesia y un magnífico palacio en la localidad palentina de Dueñas. Es tradición que anduvo por la Rioja, donde levantó memoria, antes de casarse con el infante Don Vela ( hermano de tres reyes de Aragón: Pedro I, Alfonso I y Ramiro El Monje ). Del matrimonio entre María y Vela nació Rodrigo Varona, el primero de la estirpe. Al morir su esposo decidió pasar sus últimos días en un convento y se retiró al de Oña, Burgos, donde murió a los setenta y tres años de edad.
Huyendo de la persecución religiosa en Inglaterra, un grupo de puritanos se embarcaron a bordo del Mayflower rumbo a la costa de lo que hoy son los Estados Unidos de América. La nave llevaba a ciento dos personas, sin contar la tripulación, a su nuevo destino. Fueron los primeros colonos, los llamados “padres peregrinos”, en establecerse en la costa de Massachusetts, formando la colonia de Plymouth en 1620. Setenta y dos años después, se vivió una corriente de histeria colectiva en una pequeña comunidad llamada Salem, que desembocó en la detención de más de ciento cincuenta personas, o doscientas, acusadas de practicar la brujería y la ejecución de 13 mujeres y 7 hombres en la horca.
Dentro de la pequeña comunidad de Salem existía una estricta conducta religiosa, en la cual cada persona vigilaba a sus vecinos y a su vez era vigilada por éstos en sus palabras y acciones, generando dudas y sospechas en caso que su conducta no se ajustase a los parámetros religiosos puritanos. Las mujeres eran consideradas como individuos destinados a servir a sus esposos, y a carecer de mayores derechos, mientras los niños eran destinados a educarse severamente desde temprana edad en las labores de los adultos en vez de simplemente jugar. Otra preocupación fundamental de esta comunidad era evitar la "ira de Dios" y por tanto sujetarse estrictamente a los dictados religiosos del puritanismo para así evitar el castigo divino que se traducía en pérdida de cosechas, mal clima y muerte de ganado.
Los hechos comenzaron en la casa parroquial donde vivía la familia del reverendo Samuel Parris. A su servicio estaba una esclava procedente de las Antillas llamada Tituba, que hablaba su lengua antillana y practicaba ritos religiosos afroantillanos, probablemente el vudú, prácticas incomprensibles para los habitantes de esta comunidad. La esclava se encargaba del cuidado de Elizabeth, la hija de nueve años del reverendo, y de su prima Abigail Williams, de once. Tituba solía entretener a las niñas con narraciones ancestrales de su tierra y aseguraba que sabía leer el futuro mediante diversas mancias.
Apenas iniciarse la primavera, las niñas comenzaron a comportarse de forma extraña. Tan pronto rompían a llorar sin motivo aparente, asegurando que estaban siendo mordidas por seres invisibles, como recorrían la casa a cuatro patas y ladrando como un perro. En otras ocasiones se quedaban paralizadas y mudas, o lanzaban extraños gritos guturales. Poco después, una de sus amigas, Anne Putman, de doce años de edad, aseguró haber sido atacada por una siniestra bruja. Cuando el médico de la ciudad no halló explicación alguna a tan extraños comportamientos, se atribuyó el fenómeno a una posible posesión demoníaca.
Asustadas por el revuelo causado, las niñas no tardaron en acusar a Tituba, asegurando que les había obligado a comer un pastel hechizado a base de orina de niño y harina de centeno. Insistieron, además, en que lo preparaba con la complicidad de Sarah Good, una indigente que vestía ropas masculinas y fumaba en pipa, algo intolerable para los puritanos, y Sarah Osborne, una mujer que vivía amancebada con un granjero y que, poco después de su detención, murió en prisión. Tituba afirmó, bajo la amenaza de ser torturada, que ella era una de las muchas brujas que habitaban en Salem y que sus secretos se debían al libro que le había entregado un extraño personaje que había conocido en Boston. Sus declaraciones abrieron la veda y comenzó una auténtica cacería de brujas.Salem pareció transformarse y en la antaño pacífica comunidad afloraron viejas rencillas que se tradujeron con rapidez en denuncias y acusaciones. Por ejemplo, Anne Putman y su madre acusaron a una anciana que vivía sola y apartada del pueblo, mientras que otra mujer, que se negaba a asistir a las funciones religiosas, fue acusada por su vecino de haber envenenado el agua del abrevadero donde bebían sus bueyes. Más de ciento cincuenta personas fueron detenidas y encarceladas y, a principios de mayo de 1693, comenzaron a celebrarse los juicios. Los propios jueces se dejaron llevar por la histeria religiosa de la comunidad de Salem, que exigía frenéticamente condenas a las presuntas brujas. Hasta un total de trece mujeres, que por el simple hecho de llevar una vida diferente a la de sus vecinos o haberse enfrentado con ellos en alguna ocasión, murieron en la horca entre el 10 de junio y el 22 de septiembre de 1693.
Pero también fueron víctimas de la ignorancia y el fanatismo algunos hombres como el reverendo George Burroughs, antecesor de Parris en la parroquia, acusado de ser el jerarca de las brujas y ahorcado el 19 de agosto de 1693. Asimismo, se identificó a un capitán de navío llamado John Alden como el responsable del famoso libro que decía poseer Tituba. Con él fueron ahorcados otros cinco habitantes de Salem. Otro anciano, que se negó a declarar, fue lapidado. Tituba se salvó por el mero hecho de haberse convertido en delatora de sus convecinos, aunque tras las ejecuciones fue vendida por los Parris.
Las brujas de Salem
Huyendo de la persecución religiosa en Inglaterra, un grupo de puritanos se embarcaron a bordo del Mayflower rumbo a la costa de lo que hoy son los Estados Unidos de América. La nave llevaba a ciento dos personas, sin contar la tripulación, a su nuevo destino. Fueron los primeros colonos, los llamados “padres peregrinos”, en establecerse en la costa de Massachusetts, formando la colonia de Plymouth en 1620. Setenta y dos años después, se vivió una corriente de histeria colectiva en una pequeña comunidad llamada Salem, que desembocó en la detención de más de ciento cincuenta personas, o doscientas, acusadas de practicar la brujería y la ejecución de 13 mujeres y 7 hombres en la horca.
Dentro de la pequeña comunidad de Salem existía una estricta conducta religiosa, en la cual cada persona vigilaba a sus vecinos y a su vez era vigilada por éstos en sus palabras y acciones, generando dudas y sospechas en caso que su conducta no se ajustase a los parámetros religiosos puritanos. Las mujeres eran consideradas como individuos destinados a servir a sus esposos, y a carecer de mayores derechos, mientras los niños eran destinados a educarse severamente desde temprana edad en las labores de los adultos en vez de simplemente jugar. Otra preocupación fundamental de esta comunidad era evitar la "ira de Dios" y por tanto sujetarse estrictamente a los dictados religiosos del puritanismo para así evitar el castigo divino que se traducía en pérdida de cosechas, mal clima y muerte de ganado.
Los hechos comenzaron en la casa parroquial donde vivía la familia del reverendo Samuel Parris. A su servicio estaba una esclava procedente de las Antillas llamada Tituba, que hablaba su lengua antillana y practicaba ritos religiosos afroantillanos, probablemente el vudú, prácticas incomprensibles para los habitantes de esta comunidad. La esclava se encargaba del cuidado de Elizabeth, la hija de nueve años del reverendo, y de su prima Abigail Williams, de once. Tituba solía entretener a las niñas con narraciones ancestrales de su tierra y aseguraba que sabía leer el futuro mediante diversas mancias.
Apenas iniciarse la primavera, las niñas comenzaron a comportarse de forma extraña. Tan pronto rompían a llorar sin motivo aparente, asegurando que estaban siendo mordidas por seres invisibles, como recorrían la casa a cuatro patas y ladrando como un perro. En otras ocasiones se quedaban paralizadas y mudas, o lanzaban extraños gritos guturales. Poco después, una de sus amigas, Anne Putman, de doce años de edad, aseguró haber sido atacada por una siniestra bruja. Cuando el médico de la ciudad no halló explicación alguna a tan extraños comportamientos, se atribuyó el fenómeno a una posible posesión demoníaca.
Asustadas por el revuelo causado, las niñas no tardaron en acusar a Tituba, asegurando que les había obligado a comer un pastel hechizado a base de orina de niño y harina de centeno. Insistieron, además, en que lo preparaba con la complicidad de Sarah Good, una indigente que vestía ropas masculinas y fumaba en pipa, algo intolerable para los puritanos, y Sarah Osborne, una mujer que vivía amancebada con un granjero y que, poco después de su detención, murió en prisión. Tituba afirmó, bajo la amenaza de ser torturada, que ella era una de las muchas brujas que habitaban en Salem y que sus secretos se debían al libro que le había entregado un extraño personaje que había conocido en Boston. Sus declaraciones abrieron la veda y comenzó una auténtica cacería de brujas.Salem pareció transformarse y en la antaño pacífica comunidad afloraron viejas rencillas que se tradujeron con rapidez en denuncias y acusaciones. Por ejemplo, Anne Putman y su madre acusaron a una anciana que vivía sola y apartada del pueblo, mientras que otra mujer, que se negaba a asistir a las funciones religiosas, fue acusada por su vecino de haber envenenado el agua del abrevadero donde bebían sus bueyes. Más de ciento cincuenta personas fueron detenidas y encarceladas y, a principios de mayo de 1693, comenzaron a celebrarse los juicios. Los propios jueces se dejaron llevar por la histeria religiosa de la comunidad de Salem, que exigía frenéticamente condenas a las presuntas brujas. Hasta un total de trece mujeres, que por el simple hecho de llevar una vida diferente a la de sus vecinos o haberse enfrentado con ellos en alguna ocasión, murieron en la horca entre el 10 de junio y el 22 de septiembre de 1693.
Pero también fueron víctimas de la ignorancia y el fanatismo algunos hombres como el reverendo George Burroughs, antecesor de Parris en la parroquia, acusado de ser el jerarca de las brujas y ahorcado el 19 de agosto de 1693. Asimismo, se identificó a un capitán de navío llamado John Alden como el responsable del famoso libro que decía poseer Tituba. Con él fueron ahorcados otros cinco habitantes de Salem. Otro anciano, que se negó a declarar, fue lapidado. Tituba se salvó por el mero hecho de haberse convertido en delatora de sus convecinos, aunque tras las ejecuciones fue vendida por los Parris.
Años después, los jurados pidieron perdón tras firmar una confesión pública en la que declaraban haber actuado forzados por las circunstancias. Por su parte, el gobernador del estado, indultó a los sospechosos que aún permanecían en prisión y exoneró a los ejecutados de los cargos que les había acarreado la condena. Pero, ¿a qué se debieron los extraños comportamientos de las niñas? ¿A una intoxicación provocada por la ingesta de una toxina que contamina el centeno y puede provocar alucinaciones
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