La batalla del Alcázar de Toledo, enfrentó a milicianos gubernamentales del Frente Popular y a militares rebeldes. Estos últimos se encontraban con sus familias en el Alcázar, que por entonces era la Academia de Infantería, Caballería e Intendencia.
El Alcázar de Toledo había sido una de las residencias de Carlos V tras la reconquista de Toledo a los musulmanes. Sin embargo Felipe II la abandono a su llegad al poder y hasta 1850 no fue reconvertida en Academia Militar, adoptando el nombre de Colegio de Infantería. En 1886, un fuego afectó a la fortaleza y esta fue reforzada posteriormente con acero y vigas de hormigón.
Tras la proclamación de Franco el 17 de julio de 1936 la sublevación militar de las fuerzas españolas en Marruecos, el gobernador militar de la provincia de Toledo, el coronel José Moscardó, se puso al mando de la Guardia Civil en la provincia de Toledo teniendo como base operativa el Alcázar. Durante los dos siguientes, el Ministerio de Guerra de la República, le solicito varias veces pertrechos militares de la Fábrica de Armas de Toledo pero cada vez que estos le eran demandados Moscardó se negaba a entregarlos. En estos primeros días, y dada la falta de colaboración de Moscardo, este es advertido de que el Alcázar será asaltado si se sigue negando a entregar lo que se le requiere.Las fuerzas republicanas en Toledo estaban compuestas en su gran mayoría por milicianos de la FAI, la CNT y la UGT. En total, aproximadamente había 8.000 efectivos que poseían varias piezas de artillería, unos pocos vehículos blindados y 2 o 3 tanquetas. La defensa del Alcázar les correspondía a 800 hombres de la Guardia Civil, entre ellos 8 cadetes de la Academia de Infantería, 1 de la de Artillería y 110 civiles. Disponían de una gran variedad de armas que suplían otras carencias de que disponían los sitiadores.
Finalmente, el 21 de julio de 1936 comienza el asedio al Alcázar. Las Fuerzas Aéreas republicanas llevaron a cabo tareas de reconocimiento. También bombardearon el Alcázar 35 veces apoyados por la artillería.
El 22 de julio, los Republicanos ya habían tomado el control de buena parte de Toledo e intentaron rendir la fortaleza recurriendo al bloqueo en la entrada de cualquier pertrecho destinado a sus ocupantes. Durante esta primera fase, los asaltantes emplearon artillería y frecuentes bombardeos de aviación pero resultó todo en vano.
El 9 de septiembre,
Las fuerzas republicanas habían estado, desde el 16 de agosto, excavando en los cimientos de la fortaleza para volarlos, introduciendo dos minas en la zona sudoeste del Alcázar. Las minas explosionaron en la mañana del 18 de septiembre, estando Francisco Largo Caballero presente. Las explosiones destruyeron la torre sudoeste del edificio, matando a dos defensores que se encontraban en ella. Tras las detonaciones., se lanzaron cuatro ataques apoyados por carros blindados y tanques aunque estos también quedaron atascados.
En los días posteriores, los bombardeos se centraron en los edificios periféricos al Alcázar. Su destrucción incomunico a estos de la zona principal y los sitiados se retiraron de ellos para defender lo que quedaba de la fortaleza. El 22 de septiembre, un nuevo asalto se llevo a cabo aunque estos avanzaron muy lentamente debido al desconocimiento que se tenía de la situación de los edificios.
El 26 de septiembre, las tropas rebeldes del Ejército de África llegan a seis kilómetros de Toledo y los Republicanos optan por un último asalto en la mañana del 27 de septiembre siendo una vez más rechazado. Poco después el Ejército de Franco alcanza Toledo y da por terminado el asedio.
El sitio y liberación del Alcázar se ha visto por muchos autores como una maniobra propagandística del general Franco. En contra del consejo de gran parte de sus consejeros que le recomendaron dirigirse hacia Madrid obligando así a los sitiadores a ir a defender Madrid.
Franco prefirió liberar el mismo el Alcázar para poder utilizarlo en su favor y revestirse así con un halo de mesianismo católico que haría su figura y posteriores decisiones, incuestionables.
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