Según la Biblia, Jezabel fue la encarnación misma del mal. El arquetipo de la mujer liviana y ambiciosa que, movida por sus propios intereses, causa la perdición de todo aquel que cae en sus redes. Sin embargo, la historia y la arqueología hablan de una mujer enérgica y culta, una princesa fenicia que dejó su país para cumplir el mandamiento de su padre y llevar la paz entre Fenicia e Israel. Una mujer fiel a sus propios ideales, que quiso instaurar el culto de sus dioses en su nuevo país, a la que no le importó luchar contracorriente, ni enfrentarse a los sectores más tradicionalistas de Israel. Jezabel fue una esposa leal y la mano derecha del rey.
Jezabel había nacido hacia el 900 a.C. Era hija de Etbaal, rey de Sidón, un monarca despótico, fanático adorador de Baal y un modelo de conducta no demasiado recomendable, ya que había asesinado a sus dos hermanos mayores para hacerse con el trono. Se desconoce quién fue su madre o si tuvo hermanos, pero se sabe que sus primeros años discurrieron en palacio rodeada de riquezas del extremo Oriente y de las tierras exóticas de Egipto y África del Norte. Y según parece, llegó a ser una sacerdotisa importante de Baal, uno de los más importantes dioses del panteón fenicio, dios de la tormenta y la fertilidad.
Por entonces, Sidón era una próspera ciudad fenicia cuyos marinos comerciantes se habían expandido por todo el Mediterráneo. No es de extrañar que Omrí, rey de Israel, tuviera interés en emparentar con tan poderoso vecino. El matrimonio de su hijo Acab con una princesa fenicia no sólo implicaba una importante inyección económica para las maltrechas arcas del reino, exhaustas después de las continuas guerras contra Asiria, sino que iba a permitir que Israel dispusiera de un punto de acceso al Mediterráneo que reforzara los intercambios comerciales con otros pueblos costeros.
A Etbaal, por su parte, la alianza le ofrecía la posibilidad de abrirse paso hacia el interior, una atractiva perspectiva desde el punto político y comercial. Por tanto, aceptó gustoso el matrimonio de su hija con el heredero de Israel. Omrí no vio el enlace de la princesa fenicia con su hijo. A su muerte, le sucede Acab en el trono y al casarse con Jezabel, ella se convierte en la reina de Israel. Acab continuó las obras de su padre y acabó la construcción del palacio de Samaria, al que llamaban “la casa de marfil de Acab” por su gran cantidad de incrustaciones en marfil. También construyó otro palacio en Jezrael, una ciudad estratégica, entre las montañas de Samaria y Galilea, dominando la gran llanura que une el Mediterráneo con las rutas del oriente.
Consumado el matrimonio, Acab debió sorprenderse al ver que Jezabel, que había recibido una esmerada educación y estaba dotada de una poderosa personalidad, no se contentaba con ser una mera moneda de cambio y ejercer el papel de consorte pasiva y vientre fértil para mayor gloria de Israel. Por el contrario, la joven fenicia no tardó en mostrarse bien dispuesta a tomar parte en el gobierno del reino y, puesto que era una mujer de firmes convicciones religiosas, comenzó por implantar en Israel el culto a Baal y a la diosa Ashera, su complemento femenino. A decir de las Sagradas Escrituras, no encontró objeción alguna por parte de Acab, ya que gracias a su belleza y considerable inteligencia, rápidamente se hizo con la voluntad de su enamorado esposo.
Esto causó ofuscación a los líderes religiosos de Israel, quienes veían que esta mujer influía negativamente en Acab. El empeño de Jezabel en adorar al dios Baal e introducir sus ritos de culto, entre los que se encontraba la prostitución sagrada, fue para los sacerdotes israelitas una abominación. El nuevo culto se extendió rápidamente y Jezabel se convirtió en una amenaza para los profetas de Israel. Montaron en cólera y se organizaron para movilizarse contra la joven reina.
Ni Acab ni su esposa pensaban consentirlo. Para mayor crispación, la reina llamó a su lado a 450 sacerdotes al servicio de Baal y 400 al de Ashera. Les alimentó y dio alojamiento con dinero público. La respuesta, en forma de levantamiento popular, no se hizo esperar. Los profetas de Israel clamaron públicamente contra la reina y Jezabel mandó asesinarlos. Se había convertido en la enemiga de Israel.
La antaño princesa fenicia no pareció preocuparse. Se sentía fuerte y poderosa, le guiaba una fe en la que creía ciegamente y contaba con el apoyo del rey y de buena parte de la corte, ya convertida al culto a Baal. Pero no contaba con un poderoso enemigo: el profeta Elías, que, empeñado en la defensa del dios de Israel, se enfrentó abiertamente a la reina, a quien acusó no sólo de fomentar el paganismo sino de conducta liviana. Elías profetiza una gran sequía en la región: "...no caerá rocío ni lluvia en estos años, sino según la palabra de mi boca ". Si la profecía se cumplía sería Yavhé y no Baal el verdadero dios que dirige la naturaleza y los fenómenos atmosféricos.
Entonces llegó una sequía que duró tres años y medio y no habiendo cedido Jezabel, el profeta desafía a los cuatrocientos cincuenta sacerdotes de Baal y los cuatrocientos de Ashera a una prueba en el monte Carmelo, para saber cuál es el verdadero dios. Se sacrifica a dos animales, uno para cada dios, y se espera a ver cual dios, tras la invocación pertinente, enciende el fuego del sacrificio. Mientras que Baal no aparece, Yahve sí. Su fuego consumió incluso el agua que habían vertido sobre el sacrificio y hasta las piedras del altar. El pueblo queda convencido de que Yavhé es el verdadero Dios y el profeta manda matar a los sacerdotes del otro culto. La reina, tan pronto tuvo noticias de lo sucedido, jura vengarse y condena a Elías a muerte.
Jezabel también muestra el perfil de mujer cruel, dispuesta a asesinar para conseguir sus objetivos. La Biblia introduce el relato de la viña de Nabot para ilustrarlo. Parece ser que Acab, con el propósito de ampliar su jardín, había querido comprar un viñedo que lindaba con su palacio a un campesino llamado Nabot. Como el propietario se negara a la transacción, Jezabel urdió una compleja trama en la que el campesino pasó por traidor ante sus propios convecinos, quienes acabaron por lapidarle. Tras la muerte de Nabot, el rey se apoderó de su viña. El profeta Elías maldijo a Acab diciendo: “¡ Mataste y te apropiaste de lo ajeno! En el mismo sitio donde los perros lamieron la sangre de Nabot, allí también lamerán tu sangre ”. De Jezabel dijo: « Los perros devorarán la carne de Jezabel en la parcela de Jezrael. Porque a aquél de la familia de Acab que muera en la ciudad, se lo comerán los perros, y al que muera en despoblado, se lo comerán los pájaros del cielo”.
El profeta Elías tuvo que huir al monte Horeb para escapar de la cólera real. Pero la semilla del descontento ya estaba sembrada y el profeta necesitaba un militar que acaudillase la revolución contra la reina. Elías y sus seguidores contaron con el apoyo de Jehú, un general del ejército de Acab, que, a la muerte del rey en una nueva batalla contra los sirios, se levantó en armas y asesinó a sus hijos y sucesores, Ocozías y Joram. Seguro de su victoria, Jehú se dirigió al palacio de Jezabel.
Cuando la reina oyó que Jehú había entrado en Jezrael; se pintó los ojos, se adornó la cabeza y se asomó a una balconada para insultarle. Se había maquillado para morir dignamente y enfrentase a la muerte con valentía. Como respuesta, Jehú ordenó a sus eunucos matar a Jezabel: " Echadla abajo". Así lo hicieron, la reina fue inmediatamente defenestrada frente a una multitud desde el balcón de su palacio. Su sangre salpicó los muros y los caballos la pisotearon. Jehú entró al palacio real, donde comió y bebió antes de ordenar que dieran a Jezabel la sepultura que, como hija de reyes, le correspondía. La sorpresa fue que, al salir en busca del cuerpo de Jezabel, sólo hallaron sobre el pavimento su cráneo, sus pies y sus manos. El resto del cadáver había sido devorado por los perros. Se había cumplido la maldición de Elías.
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