El separatismo vasco ha mostrado siempre una voracidad insaciables respecto a Navarra, viejo Reyno Pirenaico que acuna entre sus robles el embrión de España, la cuna natal y la leche nutricia de la Patria española, heredera de la Hispania romana y visigoda, forjada al final de siglos de Reconquista con la espada y con la Cruz frente al Islam por Castilla y Aragón, hijas del viejo roble navarro.
El separatismo vasco ha deseado siempre con gula y con lujuria la anexión de Navarra por dos razones fundamentales. Sin Navarra es imposible la configuración de los que ellos llaman Euskal Herria, que no es tanto una ubicación geográfica como un país moralmente abominable, y porque saben que rompiendo Navarra matan a España. “El día que Euskadi fagocite a Navarra, España habrá muerto”, decía el profesor Claudio Sánchez Albornoz, que no era ni facha ni franquista, adjetivaciones con las que los muchos imbéciles que hoy hay en España califican a todo el que no pace en los rediles del PSOE y de sus satélites.
En la bimilenaria historia de Navarra no ha habido nunca, tampoco hoy, instituciones comunes entre el viejo Reyno y las provincias vascas. Cuestión esta convenientemente silenciada siempre por el separatismo vasco y sus cómplices socialistas y comunistas.
Navarra es hija de Roma. Su capital, Pamplona, fue fundada un siglo antes de Cristo por el general romano Pompeyo, que vino a España a acabar la guerra civil contra su compatriota Quinto Sartorio, que quiso hacer de España una republica romana independizada de Roma. Por esas mismas calzadas romanas le llegó a Navarra la Luz del Evangelio, tan arraigada en el viejo Reyno que a Navarra se la llegaría a conocer como la Esparta de Cristo.
El primer texto datado y registrado que habla de los Navarros procede del S. IX, y esta rubricado por Eginhardo secretario de Carlomagno.
La invasión Islámica de España desbarata y destruye la unidad peninsular conseguida por los visigodos, y es en ese momento cuando Navarra surge como un pequeño Reyno Pirenaico en el que siempre permanecieron encendidas las candelas de la idea perdida de Hispania. Tan encendidas permanecieron esas luminarias de Hispania que, años después, cuando Sancho III el Mayor consigue aglutinar a los cristianos del norte de España se recobra la vieja idea de la unidad de España de los visigodos y el rey navarro se titulará Hispaniarum Rex, al modo de los antiguos monarcas godos.
En el curso de la Reconquista Navarra menguará territorialmente en beneficio de sus hijos Castilla y Aragón, antiguos condados convertidos en reinos surgidos de la misma entraña del Reyno de Navarra, de tal manera que los territorios vascos que estuvieron bajo control y pabellón navarro se perdieron en beneficio de la expansión de Castilla, de la grandeza de Castilla y, por ende, de la grandeza de España. Siendo así que fueron los vascos los que pidieron su incorporación a la Corona de Castilla, sin menoscabo de sus fueros, huyendo de la dominación Navarra a pesar de que las ciudades de Vitoria y San Sebastián, que habían sido fundadas por los reyes de Navarra, otorgándoles el Fuero de Jaca, estuvieron preservadas desde su fundación de ser repobladas por navarros de origen.
Aun en su merma territorial Navarra fue siempre leal y generosa con España. La lealtad y generosidad navarras para con el resto de Hispania en aquellos momentos en los que el viejo Reyno perdía patrimonio territorial no fue retórica, fue tan auténtica y real como las armas y la sangre de los Navarros en Las Navas de Tolosa, donde en el año 1212 se libró una de las batallas decisiva de la Historia de Europa, de España y de la Reconquista.
Los Almohades, fanáticos islamistas, llegaron a España desde las orillas del río Senegal para enderezar y disciplinar la ya decadente dominación musulmana en la Península. El arzobispo de Toledo, el navarro Rodrigo Jiménez de Rada llamó a la cruzada contra el enemigo común. Así, el Rey de Navarra, Sancho VII el Fuerte se reunió con las huestes y las mesnadas cristianas y una Navarra sin ambiciones territoriales acudió a combatir junto a Alfonso VIII de Castilla, responsable directo del empequeñecimiento del Reyno de Navarra.
Los Navarros combatieron en la vanguardia de las tropas cristianas y allí, en la primera línea de fuego de las Navas de Tolosa ganaron para su bandera las cadenas que rodeaban el reducto final del caudillo almohade.
Tras la muerte de Sancho VII El Fuerte llegó la decadencia del Reyno de Navarra y con ella, inevitablemente y como siglos después sucediese en toda España, las dinastías francesas. En 1512, Navarra, cuya independencia había sido respetada hasta por el mismísimo Fernando El Católico, será integrada en España por un ejército castellano reclutado, ¡curiosamente! entre vascos guipuzcoanos. El pacto con Francia, amasado a espaldas de las Cortes navarras y con la excomunión de los reyes navarros por el Papa Julio II, oficializó la integración de Navarra, manteniendo, eso sí, sus fueros. Así llega Navarra, plenamente integrada en España, hasta el siglo XIX, que es cuando Navarra dejó de ser Reyno para integrarse jurídicamente con su actual statu-quo derivado de los fueros de 1839 y de la Ley Paccionada de 1841Navarra es pues, la cuna de España. Si la fagocitan los separatistas vascos. España morirá.
¡¡¡ VIVA NAVARRA ¡!!
¡¡¡ ARRIBA ESPAÑA ¡!!
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