El 9 de octubre pasado se cumplieron 37 años del fusilamiento del Che Guevara, terrorista internacional, responsable del baño de sangre que asoló a Latinoamérica en las décadas del setenta y el ochenta.
“Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a sus casas, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle que tenga un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego…atacarlo donde quiera que se encuentre; hacerle sentir una fiera acosada por cada lugar que transite”.
Estas palabras, tremendas por el contenido que encierran, no fueron proferidas por ningún líder del Hezbollah, del Hamas o de la Jijad Islámica ni por ningún fanático militante de Al Qaeda o la ETA. Fueron escritas y enviadas a la “Tricontinental”1 en el mes de mayo de 1967 por Ernesto “Che” Guevara, desde el corazón de la selva boliviana. Las mismas reflejan claramente el sentir y las intenciones de quien fuera, junto a Fidel Castro, el número uno de la Revolución Cubana. “Llevar la guerra…a sus casas, a sus lugares de diversión; hacerla total”, es decir, matar en cualquier sitio de manera fría e indiscriminada.
De haber pronunciado Hitler o Bin Laden la misma arenga, lloverían sobre ellos el más genuino rechazo y la justa condena de todo el orbe internacional, pero por el simple hecho de haber sido pronunciadas por Guevara, se las justifica y considera como “justa reivindicación” de la lucha de clases.
Quien llegó a afirmar e incluso poner en práctica el plan de crear “…dos, tres varios Vietams” 2 no dudaba en incentivar a sus seguidores a asesinar inocentes, fueran ellos hombres, mujeres o niños, en cualquier lugar y a cualquier hora. La historia de los pueblos de América a partir de la década del sesenta, habla por sí sola al respecto. Porque queda claro que quien exhorta a llevar la guerra a los hogares, a los sitios de esparcimiento o a los lugares de educación, está hablando de crímenes contra la humanidad; contra la población desprevenida e inocente.
Y así lo hizo: el Che Guevara, profeta del odio y engendro del mal fue inspirador y responsable de la guerra subversiva que bandas terroristas desencadenaron en la Argentina en la década del setenta abriendo una herida que muchos se empeñan en mantener abierta.
Sangrienta represión en Cuba: 4000 muertos
El Che Guevara era un hombre culto e instruido, perteneciente a la más rancia estirpe rioplatense. Por eso el crimen de sus palabras es mayor aún.
Había nacido en Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina, el 14 de junio de 1928, en el seno de una familia patricia entre cuyos ascendientes figuran virreyes, conquistadores, guerreros de la Independencia, gobernantes y fundadores. Incluso, por algunas de sus ramas, se remontaba a lo más conspicuo de la nobleza hispana, como las casas de los Ladrón de Guevara y los Calderón de la Barca.
El Che Guevara fue transformado en un mito internacional cuando, después de unirse a las fuerzas que Fidel Castro preparaba en México para iniciar la revolución en Cuba (1956), asumió el mando de la principal columna revolucionaria y descendió de las sierras para capturar Santa Clara (1 de enero de 1958), después de intensos combates. Desde ese importante punto de la geografía cubana, el ejército del Che avanzó sobre La Habana, ciudad en la que entró triunfante al día siguiente junto a Fidel Castro, Ramón Castro, Camilo Cienfuegos y otros líderes del movimiento. Personalmente dirigió el proceso contra los representantes del régimen depuesto, condenando a muerte a cerca de 4000 personaspartir de entonces, Guevara se transformó en un individuo temible, dueño de un poder ilimitado, tan poderoso como el mismo Castro. Nucleó en su persona los cargos más elevados de la nación: presidente del Banco Central, ministro de Industria, comandante de las milicias populares (fuerzas armadas de la isla) y embajador e ideólogo de la Revolución triunfante. Desde ese lugar organizó y dirigió todos los movimientos subversivos que habrían de ensangrentar al continente, adiestrando en las tácticas de la guerrilla y de la muerte que él mismo ideó y expuso claramente en su libro “La guerra de guerrillas”, a combatientes de todos los rincones de la Tierra.
Venezuela, Colombia, Perú y Centroamérica sufrirían en carne propia ese accionar violento que tuvo su origen en la Cuba comunista.
Cuando la Crisis de los Misiles en 1962, el mundo estuvo a escasos minutos del holocausto nuclear, holocausto que el Che intentó desencadenar proponiendo a Castro apoderarse de los misiles rusos para lanzarlos sobre puntos neurálgicos de los EE.UU.
En el Congo, combate sin éxito
El Che, encabezando un centenar de guerrilleros cubanos, partió hacia el Congo a poco de llegar de Praga, después de dar la vuelta al mundo como embajador de la revolución (1965). Su plan era derrocar al líder local Mobutu, apoyando a las fuerzas rebeldes del general Kabila. Permanecería en el lugar cerca de nueve meses, operando en la región selvática oriental próxima al lago Tanganika (por donde había ingresado), combatiendo sin éxito a las tropas gubernamentales e incluso a mercenarios belgas y sudafricanos. Abandonó el África en el más completo fracaso, regresando a Cuba decidido a organizar su incursión boliviana.
Sin apoyo alguno, termina sus días en Bolivia
Lo que sigue es bien conocido. A fines de 1966 el Che llegó al teatro de operaciones, internándose en territorio de Camiri, Vallegrande y Ñancahuazu, al frente de una veintena de cubanos y cuarenta efectivos bolivianos. No encontró ningún apoyo, ni del Partido Comunista local ni de los obreros ni del campesinado, al que pensaba cautivar con su propuesta guerrillera. Obtendría algunos triunfos iniciales sobre las poco entrenadas fuerzas de Bolivia hasta que la VIII División de Ejército al mando del coronel Joaquín Zenteno Anaya y el cuerpo de comandos “Rangers”, al mando del capitán Gary Prado, se lanzaron tras sus pasos y lo emboscaronLa primera en sucumbir fue la columna de “Joaquín” en la que marchaba la única mujer, la guerrillera argentina Tamara Haydée Bunke Bider, una comunista fanática, dispuesta a todo, nacida en Buenos Aires el 19 de noviembre de 1937. El pelotón de Ejército, al mando del capitán Mario Vargas, emboscó a la fuerza invasora en Vado del Yeso, cuando cruzaba lentamente el Río Grande, cerca de su intercesión con el Masicuri, aniquilándola completamente (31 de agosto de 1967).
Fue un golpe tremendo para la guerrilla. Allí el Che debió haber abandonado territorio boliviano pero enceguecido por su torpeza y herido en el amor propio, se empeñó en el suicidio, conduciendo a la muerte a sus seguidores. El 8 de octubre su columna penetró en el desfiladero de Yuro donde los “Rangers” del capitán Prado dieron cuenta de ella en un combate feroz. Los pocos sobrevivientes, entre ellos el mismo Che, herido en una pierna, fueron conducidos a aldea de La Higuera para ser fusilados en el interior de su pequeña escuela el día 9.
Habían llegado para invadir una nación soberana y no habiendo encontrado apoyo ni de su población ni de sus dirigentes de izquierda (que se lo negaron), perecieron en su ley.
No hay comentarios:
Publicar un comentario