lunes, 6 de agosto de 2012

PSOE: Quién te ha visto y quién te ve  PSOE: Quién te ha visto y quién te ve De cómo los socialistas pasaron de expropiar empresas a indultar banqueros. "Vamos a poner a España que no la va a conocer ni la madre que la parió". Probablemente Alfonso Guerra no era consciente cuando pronunció esta frase –justo después de la victoria electoral del PSOE en 1982– hasta qué punto el tiempo le daría la razón, muy a su pesar.   Los socialistas que dejaron España en 1996 endeudada para pagar las pensiones eran los mismos que prometían crear 800.000 puestos de trabajo en el programa electoral que les aupó a La Moncloa. 
Los que, “de entrada”, se negaban a que España formara parte de la OTAN salieron del poder habiendo participado en la I Guerra del Golfo. Esos proletarios que iban pueblo a pueblo pidiendo el voto de los descamisaos trasmutaron, no a mucho tardar, en la flor y nata de la beautiful people. Una izquierda exquisita a la que Felipe González, otrora Isidoro –su nombre en el PSOE clandestino de la dictadura–, sucumbió encantado. Con trazo grueso pueden resumirse los 30 años desde que el PSOE de Suresnes llegó al poder en ese prolífico año 82 como una historia de contradicciones, cuando no de engaños.
 
El próximo 28 de octubre se cumplirán tres décadas de la instantánea de Guerra sosteniendo el puño de González asomados a una ventana del hotel Palace. Fue el cuartel general de los socialistas durante aquella jornada electoral histórica. Con el eco del ruido de sables aún latente en los tímpanos de los españoles –hacía poco más de un año del golpe del 23-F– un partido de izquierdas gobernaría el país tras casi 40 años de dictadura militar.
       Los antecedentes más cercanos de esta formación en la memoria colectiva databan de los convulsos años de la II República y la Guerra Civil, y no les dejaban precisamente en buen lugar. Pero aquel abogado sevillano, de melena y chaqueta de pana logró con su verborrea dotar de un nuevo aire al PSOE e imponer la esperanza a la zozobra. Así logró 202 diputados y más de 10 millones de votos, una marca que hasta ahora nadie ha igualado. Cuesta creer que ese huracán, 30 años más tarde, se haya visto reducido a 110 diputados: los que pudo arañar Rubalcaba el pasado 20-N. De récord, también, pero a la inversa.     
Claro que en este tiempo –a excepción de los ocho años de aznarismo– aquellos que se decían proletarios pasaron a ser los señoritos de un cortijo llamado España. La metamorfosis llegó al punto de pasar –como ocurrió con la nacionalización de Rumasa en 1983– de expropiar empresas “por el interés nacional” a conceder indultos a altos ejecutivos de la Banca (léase la referencia de los últimos Consejos de Ministros de Zapatero). Precisamente este último, con su socialismo de diseño, le dio la puntilla a un partido que desde su primera debacle electoral, en el 96, nunca llegó a sobreponerse. De por medio, corrupción por doquier. Filesa fue el máximo exponente pero, de ahí para abajo, todos, hasta llegar a los cafelitos “de mi helmano”. De Guerra, vaya. Incluso crimen de Estado perpetrado por los GAL que llevaron a la cúpula de Interior a sentarse en el banquillo y a dormir entre rejas.
 
Pasarán más de mil años y el felipismo seguirá ahí, hierático. No deja de sorprender que, tras el impasse del zapaterismo, como un eterno día de la marmota, el PSOE esté ahora liderado por quien ya entonces ocupaba cargos en la Administración socialista y llegaría a ser varias veces ministro y portavoz del Gobierno.
  Pero de entonces aquí hay un trecho, y ni el PSOE ni la política son la sombra de lo que fueron. Los multitudinarios mítines en los que, ese año 82, un seductor Felipe encandilaba a las masas Rubalcaba ni los divisará.   De la ilusión de un país que despertaba a la democracia; de la idolatría que los españoles profesaban a líderes como el propio González o Suárez, el país ha caminado por tales derroteros que esos políticos son considerados una casta apestada.

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