La mejor definición del diario Público la formuló Pedro Fernández Barbadillo con su retranca habitual poco después de que saliese a la venta. “Es El País para víctimas de la LOGSE”, decía y, claro, todos nos moríamos de la risa. Porque Público era eso mismo, una versión del papel prisaico en colorines y letras extragandes adaptada para chavalines de extrema izquierda con la cabeza llena de consignas y prejuicios logsianos. Salió a la calle tras una masiva campaña publicitaria que incluyó spots de televisión en los que una que estaba regando en la terraza se daba la vuelta y enseñaba una camiseta con la leyenda “Fuck Bush”.
Aquello era demasiado. Es como, si dos años después, cuando fue relanzada La Gaceta, Intereconomía hubiese encargado un anuncio en la que apareciese la misma gachisa regadera en mano con el lema “Fuck Obama”. En fin, la hubieran armado pero bien armada. Y con razón. Pero a la izquierda, que está permanente indignada y en un estado virginal perpetuo, se le perdona todo. Se le han perdonado los 100 millones de muertos como para no perdonarles un spot delirante.
Bien, después de eso Público echó a andar tal y como estaba previsto que lo hiciese. Era la voz de su amo más ridícula de todas las voces de su amo que en el mundo han sido. Leerlo era sencillo, y no por las pocas letras que llevaba impresas, sino porque era regalado. Y esto es literal, era bastante más fácil encontrarse con una pila de Públicos gratuitos que con un quiosco. Luego se daba la circunstancia de que las suscripciones a Público por parte de los organismos oficiales eran numerosísimas, así que, como todos tenemos un amigo funcionario, no costaba demasiado hojearlo de prestado. Eso, y ciertas coincidencias en el diseño gráfico, lo llevaron a ser conocido como el único periódico gratis de pago.
Bien, después de eso Público echó a andar tal y como estaba previsto que lo hiciese. Era la voz de su amo más ridícula de todas las voces de su amo que en el mundo han sido. Leerlo era sencillo, y no por las pocas letras que llevaba impresas, sino porque era regalado. Y esto es literal, era bastante más fácil encontrarse con una pila de Públicos gratuitos que con un quiosco. Luego se daba la circunstancia de que las suscripciones a Público por parte de los organismos oficiales eran numerosísimas, así que, como todos tenemos un amigo funcionario, no costaba demasiado hojearlo de prestado. Eso, y ciertas coincidencias en el diseño gráfico, lo llevaron a ser conocido como el único periódico gratis de pago.
Había gente que lo compraba -no mucha, la verdad-, especialmente los domingos de manifa si al chico que los repartía gratis se le habían acabado las existencias. Esos días el director se esmeraba en hacer una portada-pancarta, que luego los manifestantes elevaban orgullosos sobre sus cabezas. Con cosas así nadie, a excepción de los cuatro flipados de siempre, se lo podía tomar en serio. Ente la innoble presentación, los titulares desmadrados y unos contenidos que oscilaban entre lo malo y lo peor, el número de lectores era muy limitado. ..
Para animar las ventas empezó a lanzar promociones dominicales, casi siempre deuvedés de pelis comprometidas y algunas veces colecciones de libros, también comprometidos. El periódico también estaba comprometido, pero con el Gobierno de Zapatero. Las pelis funcionaban porque el público objetivo del diario era más de ver que de leer. Ya se sabe, la LOGSE. Los libros eran tostones de contenido político que los compradores dejaban pudrirse en el quiosco. Es el drama de la izquierda cultural, hace todo lo posible por hacer del mundo un lugar lleno de analfabetos y luego padece su propia creación. La utopía, al fin y al cabo, no se conquista leyendo tranquilamente el periódico en un café de la plaza como un detestable burgués, sino lanzándose sobre la yugular del capitalismo cóctel molotov en ristre para meter fuego al McDonald’s más cercano.Al final ha tenido que cerrar su edición de papel. Con Zapatero vivían mejor. Ha tirado un porrón de números, creado infinidad de polémicas e interpuesto alguna que otra demanda, unas contra periodistas que les criticaban, otras contra simples blogueros. Eso era Público, un subproducto periodístico imposible de entender si no es en el marco del zapaterismo piafante que reinaba en España aquel día 26 de septiembre de 2007 en que vio por primera vez la luz. Sus deudos no lo lamentarán porque la red hierve de Públicos digitales llenos de viñetas de El Roto y fotos de falsos ciegos a los que agrede la policía. Los que padecimos su ira lo celebramos porque, el que ríe el último, ríe mejor.
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