«Casi traigo a mi pueblo entero»
Gracias a la iniciativa de Melania Méndez, 27 miembros de su familia y numerosos amigos han emigrado desde Bolivia para asentarse en Bilbao
..Melania Méndez posa con parte de su amplia familia. / IGNACIO PÉREZ
Melania Méndez se dijo que cuatro meses y no más, que estaba harta de llorar y ver el sol a través de los visillos de la casa donde trabajaba. Había llegado a Bilbao desde la provincia boliviana de Santa Cruz. «Nunca había salido de mi hogar», explica. Hace ocho años dejó a su marido, una hija y su trabajo como programadora de ordenadores para aterrizar en un lugar extraño donde emplearse como asistenta doméstica en régimen interno. «Al poco, mis manos se dañaron por usar líquidos corrosivos, me dolía la espalda y mi señora me trataba como si fuera analfabeta», recuerda. «Lo que la gente no sabe es que los que venimos de allá tenemos algunos medios, porque, de otra manera, resulta imposible salir». ..
Ella había de hacer frente al préstamo solicitado para pagar los 1.200 euros del pasaje y otros gastos, como la obtención de pasaporte, tramite muy costoso en el país andino. «Yo sólo pensaba en regresarme». Mientras tanto, contactó con otros compatriotas, muy escasos en aquel momento en la capital vizcaína. «Nos buscábamos», confiesa. «Íbamos allí donde oíamos que había uno y era una gran alegría verse». En el siguiente hogar en el que entró a servir adquirió un compromiso de estancia de un año y la idea de volver se volatilizó. Entonces recibió la petición de ayuda de su hermana menor, que también quería probar fortuna en España. «Venía con su novio porque ella solía parar enferma y yo vivía en la casa durante toda la semana».
Luego fue su marido, siempre reticente a dejar su tierra, el que le pidió reunirse con ella. La reunión familiar constituyó una agradable sorpresa, pero también supuso un considerable sacrificio juntar los fondos necesarios para el viaje. «La señora fue muy buena y me adelantó el dinero», admite. Durante mucho tiempo, los tres se veían los fines de semana en un piso alquilado. Y aquello sólo era el principio. Posteriormente, uno a uno, sus restantes cinco hermanos solicitaron su apoyo para probar fortuna al otro lado del Atlántico. El procedimiento siempre era el mismo. Los expatriados contribuían a escote para sufragar el importe del pasaje y demás desembolsos. «Pero, a veces, llegaban los vencimientos y alguno estaba en el paro, y tenía que hacerle frente sola». Además, por el cambio de moneda, siempre perdía parte de la cantidad prestada
Posteriormente, cada uno reclamó a su cónyuge e hijos. Pero el proceso parecía no tener fin. «Llegaron primas, cuñadas, vecinas», recuerda. «Hablaba con mi mamá y siempre me decía que fulanita quiere ir y yo le decía 'espérese que tengo que pensarlo', y hacíamos cuentas». Melania y sus hermanos consiguieron incluso que la progenitora, convertida en la cuidadora de los nietos se reuniera definitivamente con ellos. Sin embargo, nunca han podido convencer al padre. «Dice que si viene ya no podrá volver», asegura.
En los últimos años, el flujo entre Bilbao y Santa Cruz no se ha detenido, a la manera de un árbol que diversifica sus raíces, porque cada inmigrante, generalmente, una mujer destinada a las tareas domésticas, no ha cejado hasta conseguir traerse a los suyos, siempre desde el concepto más amplio de la parentela.Los 27 miembros de la familia Méndez viven hoy en Vizcaya y permanecen en estrecho contacto entre sí, pero la responsable última del éxodo calcula que han mudado de país unos cincuenta individuos gracias a sus buenos oficios. «Yo extrañaba mi pueblo y, al final, casi me lo traje entero».
Además de la colaboración económica, la inmigrante aconsejaba a los recién llegados. «Les decía que ya que habían hecho un viaje tan largo y caro que valiera la pena. Que hagan para su casa. Algunos han construido allá y hay quien ha abierto negocios, pero también algunos se dedican a emborracharse». En este puente entre las dos ciudades, el principio esencial era el respeto a la palabra dada y casi todos lo cumplían. «Bueno, una se fue a Málaga sin pagar y la hija de mi comadre no quiso trabajar y se volvió, pero fue la excepción..
Cuando, hace un año, se impuso la necesidad de visado para la entrada de ciudadanos bolivianos, aún se afanaba en traer nuevos paisanos. «Se vino la hija de una anterior relación de mi marido y ahora vive con nosotros, como una más, pero no pudimos conseguir la salida de la madre». Desde que se puso en marcha aquella exigencia, el tráfico de inmigrantes bolivianos se ha detenido y las medidas para restringir la reagrupación familiar pueden impedir también nuevas llegadas, aunque Melania considera que no se tratará de una medida efectiva. «Aunque pongan obstáculos, la gente buscará la manera».
Ahora, los Méndez han de hacer frente a otro problema de signo inverso. Si antes el conflicto radicaba en la manera de conseguir la salida de Bolivia, ahora muchos se plantean cómo regresar a su población natal, donde ya han edificado residencias para el retorno definitivo. Saben que deben hacerlo antes de que lo dificulte los estudios y el arraigo de los hijos en la tierra de adopción. «Mi hija salió con cuatro años y cuando regresaba de la escuela me contaba divertida las expresiones que escuchaba en la escuela y que para ella tenían otro sentido». Cuando cumplió ocho regresaron de visita a la aldea. «Abría la puerta, contemplaba espantada el barro de las calles y protestaba. Decía, 'mamá, mira esas niñas bolivianas, tienen la cara sucia y se ríen porque dicen que hablo mal'».
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